Lluve.

La noche avanza, tranquila. No hay demasiado ruido afuera. Por más que las personas caminen y platiquen en la calle, el sonido resulta poco importante si no hay alguien a quién escuchar.

Camino sin rumbo por las calles que tantas veces he recorrido, pero hoy no tienen sentido. Busco en ellas algo que no encontraré. Busco algo que jamás vendrá, busco algo que no está.

Siento una pequeña gota de agua caer sobre mi rostro. Recuerdo la manera en que lo llama: «lluve». Cuando ella está conmigo, su dulce voz me dice «mira, lluve«. Pero sin ella, sólo llueve.

Ella está lejos y no vendrá a mí.

Llego por fin al lugar que tanto nos gusta, aquel que hemos compartido por tanto tiempo, ahí donde realizamos una actividad más, pero juntos. La dueña me saluda como siempre, «¡hola joven, buenas noches!», su esposo sonríe y me pregunta lo que ordenaré esta vez.

Una hamburguesa y unas papas. Me miran sorprendidos, «¿eso es todo?» replican prontamente, mientras asiento con la cabeza. Doy media vuelta y camino con pasos torpes hacia la silla que está al fondo.

Sí, eso es todo, porque hoy, ella no está.

Esta noche no habrá una orden de hot-dogs, esta noche no pediré 2 jugos de guayaba extras, esta noche nadie se comerá mis papas mientras me distraigo con la hamburguesa. Hoy no pediremos un postre para comer juntos de regreso a casa.

Observo sin mucho interés el televisor que reposa sobre la barra. Apenas distingo el nulo volumen del audio, la lluvia es más importante en ese momento. El ir y venir del aire emula perfectamente mis sentimientos, se van, vuelven, pero no permanecen quietos. La lluvia limpia el aire, purifica la noche y deja ver que algo en el cosmos está triste. ¿Será que la Tierra entiende mi pesar?

Ella no está, y yo, tampoco quiero estar. No sin ella.

La mesera trae una bolsa con mis cosas y me entrega lo que pedí. La miro un tanto extrañado, ¿por qué viene todo embolsado?, nunca dije que la comida fuese para llevar. Desembolso todo y empiezo a cenar. La dueña me dice que creyó que volvería a casa para cenar con ella. … … No, hoy no. Entonces ella entiende que por esa razón sólo pedí cena para uno.

Me mira triste. Me miran de manera penosa.

Muerdo lentamente mi hamburguesa y me siento incómodo. Las ideas flotan solas, ¿pensarán que lo nuestro terminó? ¿creerán que ya no estamos más juntos? ¿por qué me ven con esa cara? ¿acaso no puede uno cenar solo de vez en cuando?

Pero las mismas respuestas atropellan el camino. Ciertamente, debo tener una pinta triste y solitaria. Ya no sé qué soy sin ti. Acostumbrado a tu compañía, a tu plática, a tu sonrisa, a tu manera de comer…

…y es que la cena no me sabe si no te comes mis papas, si no te bebes mi refresco, si no dejas la mitad de tus hot-dogs para que yo me los coma – aunque tengan chile – , si no me miras con carita suplicante para que pida un postre que terminaremos comiendo entre ambos.

Termino mi hamburguesa como si estuviese ido. Mi cuerpo está ahí, masticando, pero mi estómago no siente el alimento. Mi lengua no percibe el sabor. No estoy presente y todo es lo mismo. Mastico las chiclosas papas. No tienen chiste, no saben. Me siento vacío, más por tu ausencia, que por el hambre feroz que me desgarra el estómago.

Nunca había pensado que una orden de papas pudiese sentirse eterna. Para cuando por fin logro terminarla, estoy harto y asqueado. Pago, me sonríen de una manera condescendiente, pero no me importa ya. Salgo de ahí tan sólo para dejar que la lluvia me abrace como lo harías tú, envolviendo mi cuerpo totalmente y haciéndome sentir querido.

Vuelvo a la avenida, donde el viento está más frío que el dolor que siento. ¿Por qué no estás?

50 breves metros se ven interminables mientras arrastro los pies y vuelvo a casa.

Miro el cielo y no hay estrellas, sólo un enorme punto blanco sin brillo. Las nubes siguen escurriendo tristes lágrimas en su ausencia, representando totalmente mi estado de ánimo.

Ella no vendrá esta noche. Por más que lo desee, el tiempo no está de mi lado hoy.

La Luna brilla un poco y me muestra un gran error en mi pensar.

De mi lado… de mi lado… de nuestro lado. Nosotros.

Ese breve rayo de luz, con la iluminación necesaria, me obliga a recordar que aún en la distancia, no estoy solo. Ella también está sin mí. ¿Será que me extraña de la misma forma? ¿acaso anhela mi presencia de igual manera?

La única forma de saberlo se reduce a una simple acción. Si esta noche no estará conmigo, por lo menos su voz puede acompañarme.

Llego por fin a casa, sobre la pequeña mesa suena el teléfono rojo de timbre rimbombante.  No quiero contestar, no quiero hablar con nadie que no sea ella.

Subo pronto las escaleras y encuentro mi teléfono móvil sobre la cama. Intento llamarla, pero suena ocupado. Una, dos, cuatro veces. Ocupado. El teléfono de la planta baja sigue llamando incesantemente y decido contestar para terminar ese estorbo de una vez.

– ¿Diga? –

– Hola, te extraño. –

Su voz corta mi mente en un acto inesperado.

– Ho… o… la –

– ¿Cómo estás? –

– También te extraño –

– Hoy no podré llegar a casa, hay demasiado trabajo. –

– Lo sé. – respondo, forzándome a tomar energías para no transmitirle mi triste añoranza.

– ¿Puedes con ello? –

– Podemos. –

– ¿Estás seguro? –

– Siempre hemos podido con todo, esta no tiene porqué ser la excepción. –

– Gracias. Te veré mañana, entonces. –

– Que así sea. … … … Oye… –

– ¿Sí? –

– Gracias por llamar –

– ¿Por qué no contestabas? –

– No creí que fueras tú. Intenté marcarte, pero estaba ocup… –

– ¿Ocupado? desde luego, porque estaba marcándote también. –

– Gracias. –

– Ya agradeciste. Ahora, debo dejarte. Este asunto no va a resolverse por sí mismo. –

– Hecho. Nos vemos mañana. Te quiero. –

– Yo te quiere a tú. –

Inevitablemente, una sonrisa escapa de mi boca. Ella y su muy peculiar manera de hacerme feliz, estando cerca o lejos.

Antes de que termine la llamada, puedo escucharla reír. Ha logrado quitarme las penas en un instante.

Y hablando de penas, como alguna vez leí «De las penas se aprende, el corazón se hace duro y el sentimiento más fuerte…», hoy puedo comprobarlo. Porque ahora estamos más unidos y nos queremos más. No hay razón para estar tristes, porque aún con kilómetros de por medio, nos queremos.

Subo al balcón para ver de nuevo la lluvia. La Luna ilumina todo el jardín y se ve hermoso. Casi puedo ver su rostro reflejado en las estrellas.

Continúo sonriendo hasta que el sueño me vence. Su mano acompaña la mía en el camino de los sueños.

El agua toca mi rostro.

Lluve.

~ Alfred ~