Queridos Reyes Magos…

Por meses imaginé tu presencia y nada más allá. Soñé tu compañía, imaginé tu risa y fantasee con cómo sería el sonido de tu voz. Ni siquiera te conocía, pero te idealicé en mis pensamientos. Me habían hablado de ti y eso era lo único que necesitaba para iniciar marcha al tren mental.

Una noche te soñé y fue extraño, ¿cómo podía soñarte si ni siquiera te había visto jamás? pero ahí estabas, haciendo nido en mis pensamientos y sonriéndome en el mundo de Morfeo.

Y de pronto sucedió: coincidimos, nos vimos, hablamos, convivimos. No hizo falta más, terminé de armar la imagen que tenía de ti y la complementé con realidad; con tu manera de ser, con tus gustos y aficiones.

Conforme las semanas avanzaron, la pequeña pared que nos separaba fue bajando. Poquito a poquito, lentamente y sin prisa.

Leerte y saber de ti alegraba mis días. Ni siquiera interactuábamos tanto, solo compartíamos contenido digital… pero esos breves instantes para mi sonaban a «me acordé de ti, pensé en ti, creo que esto podría gustarte». Tal vez no eran tus pensamientos, tal vez no sean tus intenciones, pero así me sabía todo.

Entonces desee tu presencia, añoré tenerte a mi lado y poder verte, escucharte, saberte cerca de la manera más inocente posible. Ni siquiera buscaba algo más, solo poderte saber cerca…

…tomé la decisión y me armé de valor. Un breve mensaje, una invitación. Tal día, tal lugar, tal fecha ¿podrás?

La primera respuesta fue incierta, y es que ciertamente ni siquiera fue una respuesta.

Cruzó la decepción mis pensamientos y durante un par de días el tema quedó en el olvido. Hasta que un mensaje tuyo despertó la inquietud nuevamente.

«Lo siento» – dijiste – «no podré, quería ir, pero tengo un inconveniente» .
Por un instante me sentí desanimado, pero algo dentro de mi me dio un empujón y solo pensé «hazlo». Bromeante te dije que no te preocuparas, que no tendrías conflictos con tu inconveniente, que te animaras. Dudaste y dejaste la respuesta en suspenso. No insistí más.

Pasaron las horas y de repente ahí estabas. Habías venido aún con todo. Estabas en mi puerta, tocando. El corazón voló y voló tan lejos que perdí la noción. Bajé las escaleras corriendo y casi caigo ¡ahí estabas! ¡ahí estabas! ¡se había cumplido mi deseo!

Te recibí tratando de ser discreto y no tan obvio ¡ahí estabas! te vi. Quise abrazarte, pero me contuve. Aún era muy pronto para mostrarme así contigo. Fui cordial, te escolté y nos integramos con el grupo de amigos. Sorpresivamente, traías un presente para mi. Algo especial, algo que no imaginé, pero adoré con todas mis fuerzas. Ese pequeño detalle movió y removió la sangre de mi corazón vertiginosamente. Nuevamente esos pensamientos «me acordé de ti, pensé en ti, creo que esto podría gustarte». Solo acerté a decir gracias, pero por dentro estaba muy emocionado y confundido. ¿Estaré sobrepensando las cosas y solo fue una cortesía por la invitación?

Compartimos la mesa, compartimos alimentos, risas, bebida y anécdotas.

…ahí estabas. A mi lado. A centímetros de mi. Y tras mucho tiempo, fui feliz. Yo también tenía un detalle para ti, lo había orquestado meses antes, desde el día que supe eras real, cuando nos vimos por vez primera. Te lo entregué tímidamente, vi tu sonrisa y voltee a otro lado para que no notaras cómo mi cara se pintaba de matices rojos. Dijiste gracias y fui feliz una vez más. Fue un momento inexplicablemente perfecto.

Entonces el reloj marcó la media noche. Era 6 de enero, los Reyes Magos habían hecho realidad mi sueño.

Deja un comentario