He aquí, el capítulo final de «Un Accidente Fortuito»
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Gracias a todos aquellos que siguieron esta historia desde su inicio y nos acompañaron a través de cada capítulo.
Gracias a quienes se unieron a medio camino y continuaron hasta el final.
Gracias a todos los que nos dieron su opinión.
Fue un placer escribir para ustedes.
[Alfred]
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Idea original: Ilse.
Desarrollo: Ilse, Alfredo.
Edición: Alfredo.
Ella: Morado. Él: Verde.
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– He tenido esta pesadilla tantas veces y simplemente quiero darle una explicación, ¿Sabes? –
Mi madre me miró extrañada, tenía sentido le hablaba de «una pesadilla» pero no daba más detalles, en realidad me resultaba difícil hablar de algo que sólo era mío y que siempre había considerado un secreto.
– Es muy extraña, comienzo en una gran casa donde hay unas escaleras al centro del salón que me invitan a subir, después un largo pasillo repleto de puertas… como en algunas caricaturas – reí – abro la primera puerta y es una habitación completamente vacía, la segunda casi siempre está cubierta por esas muñecas de porcelana que siguen tus movimientos a donde quiera que vayas, sigo abriendo puerta tras puerta pero conforme avanzo a través de lo que parece un pasillo infinito empiezo a sentirme sola, triste, débil completamente indefensa y en ocasiones he despertado llorando. –
Mamá no decía nada, simplemente me observaba cual niño a juguete nuevo.
-A veces siento que falta algo que llene esas habitaciones – dije al tiempo que le buscaba forma a una nube.
– Siempre has sido una persona un poco cerrada, casi no sales – comenzó a decir y aunque sonaba a un sermón por mi sedentaria y poco social vida no dije nada – sé que tu forma de divertirte es diferente a los demás pero probablemente falten en tu vida algunas emociones que te ayuden a lidiar con esa pesadilla. –
Tenía sentido pero no podía creerlo del todo, mamá notó la duda que me invadía y agregó – Aunque también podrías atribuírselo a los platos de cereal que cenas todas las noches- reímos Mamá sabe cómo sacarme una sonrisa incluso con algo que me asusta.- Por lo pronto ¿no hay algo que quieras hacer, niña de las señales? –
Era cierto que a veces tomaba decisiones a partir de «una señal» pero en esta ocasión ¿lo era? ¿El destino lo había puesto frente a mí con alguna misión? ¿El accidente fue solo eso? Me levanté del columpio, le di un beso en la frente a mi madre y fui en búsqueda del recibo.
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Nada tenía sentido… o al menos yo no lograba encontrarlo. Parecía que la misma historia se repetía mil veces en mi cabeza… un accidente, yo sin memoria del día anterior, ahora un volante que aparentemente yo mismo había mandado hacer.
Me encontraba en casa, reposando y acompañado por mi hermana y sobrino. Mi hermana estaba ahí parada, mirándome como si tratase de encontrar en mi algo que nunca hubiese visto.
– Te ves raro – dijo ella.
–Estoy, estoy. – contesté.
Se enconjió de hombros y salió de mi cuarto.
Voltee y no vi a mi sobrino. Palpee debajo de la almohada buscando el libro que ahí acababa de dejar. Era algo tonto, pero sentí como si los últimos minutos no hubieran pasado. Monitoree mi cuerpo de una forma que no puedo describirles, pues solo yo la conozco. Mis signos vitales y energías se encontraban a la perfección, por lo que decidí que no corría riesgo alguno de dar un pequeño paseo a la imprenta Fragoletti.
Observé por última vez la ventana de mi cuarto. Por alguna extraña razón, sentí que ese momento mirando a través de ella sería significativo después. Jalé fuertemente el aire que pude y dejé que este corriera por mis pulmones, llenándolos de oxígeno… – Es hora de recuperar mi día. – dije, y bajé las escaleras.
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Tomé el recibo y vi que también estaba ahi la dirección de la óptica, decidí que era hora de saber donde tenía que recoger los lentes y así le daría tiempo a mi sistema de reunir valor para llamarlo.
Le dije a mamá que no tardaría y sus ojos me dejaron saber que la hacía feliz el hecho de que su hija buscara una «aventura». Salí y me di cuenta que no tenía la mínima idea de hacia donde me dirigía, pasó un taxi y pedí indicaciones al chofer para acercarme a la calle de la óptica; estaba un poco lejos pero tenía ánimo de caminar.
Miré al cielo, coloqué los audífonos en su lugar y empecé mi camino recapitulando el día anterior y considerando la posibilidad de ver todo como una señal. El día era agradable, el Sol no quemaba, al contrario, su calor relajaba mis musculos; no sabía cuánto tiempo había pasado pero alcancé a ver en la esquina de la siguiente calle una imprenta, el taxista me había dicho que en esa calle diera vuelta a la izquierda y siguiera derecho para llegar a la calle de la óptica. Apuré el paso y di vuelta, unas calles después llegué a la óptica que estaba cerrada, no me importó puesto que de antemano sabía que solo iba a conocer el lugar. Había caminado mucho y mi cuerpo me lo recordó pidiéndome agua o algo para calmar la sed, dí media vuelta y comencé a buscar una tienda.
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– ¿Te subo algo de tomar? – gritó mi hermana.
-No gracias, me lo tomo aquí – respondí y pude ver el sobresalto de ella al verme abajo en la cocina.
– ¡Bajaste, no estás muerto! – dijo mi sobrino.
Reí mientras me preguntaba si el pequeño estaba jugueteando con la idea, o de verdad creía que me estaba muriendo. Placenteramente tomé un vaso de piñada que estaba sobre la mesa, siempre ha sido una de las especialidades de la familia… nunca nos han gustado las bebidas con alcohol, pero sabemos hacerlas sin él.
– ¿Seguirás acostado o vas a hacer algo mas? – preguntó mi hermana.
– Saldré – dije.
– ¿Te sientes mejor? –
– Sí –
– Cuídate –
– ¿No vas a detenerme? – inquirí.
-Nunca he podido hacerlo, siempre has sido alguien muy decidido. Además, no creo que te pase nada, en la condición que estás, seguramente tienes más miedo de que te pase lo mismo que ayer sin saber que fue… eso te mantendrá alerta –
La forma en que dijo esas palabras tuvo cierto efecto en mi. No había pensado nada de eso, ¿acaso tenía yo miedo? Antes de siquiera pensarlo decidí que no era buena idea pensar en eso y preferí continuar con mi intención original de visitar la imprenta.
Miré a mi sobrino, – ¿Recuerdas los videojuegos que querías jugar el otro día? – le pregunté.-
Sí, los que dijiste que lueeeeeeego – respondió.
– Dile a mamá que te los ponga, ella sabe jugarlos, dile que te enseñe también.-
Ni corto ni perezoso salió corriendo escaleras arriba. Abrí la puerta de la entrada y di unos pasos. No puedo decir que me sentí libre, porque en realidad ya lo era… sin embargo, la sensación que me invadió en ese momento fue grata. Era como iniciar una aventura en busca de un día perdido.
¿Qué respuestas obtendría visitando la imprenta? La simple idea de que quizá ninguna flotaba en el entorno, pero para no dejarla atacarme caminé.
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Trataba de recordad si en mi camino había visto ya una tienda pero lo cierto es que no iba del todo concentrada; él seguía en mi mente, mostrándome un volante, haciéndome reír, caminando a mi lado y… salvando mi vida. Sí, se que suena un poco exagerado que él salvara mi vida pero si él no me hubiese detenido, yo habría caminado y ese camión hubiese pasado sobre mi, o quizás la bicicleta me hubiera arrollado y conociendo mis huesos frágiles, todo habría acabado mal… Demasiados «habría, hubiere, hubiese» siempre me han dicho que eso no existe y es cierto, las cosas ya pasaron de una manera y es imposible regresar el tiempo para no tener que haber salido huyendo del hospital.
Seguía caminando y vi una tienda, entré y me paré frente al refrigerador de bebidas, ¿has sentido alguna vez que miras fijamente algo tratando de tomar una decisión pero en realidad miras todo y nada al mismo tiempo? Así me sentía yo.
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Intenté perder el tiempo en la calle, pero fue imposible. Había salido por una razón única, y mis pasos no dejaron que hiciese otra cosa, para cuando reaccioné, ya había pasado la papelería, la tienda, y me encontraba justo enfrente de la imprenta.
– ¡Hola chaparro! – dijo Ed Fragoletti, tan alegre como siempre, pero agitado.
– Hola enano. – contesté.
– Marqué a tu casa, pero tu hermana no supo responder mis preguntas. –
– Sí, me dijo que llamaste, gracias. –
– ¿Vas a querer más volantes? – preguntó él.
– De eso venía a hablar. –
– Lo lamento, pero sea lo que sea, tendrá que esperar –
– ¿Qué? –
– En verdad, lo siento. –
– ¿Qué pasa? – pregunté asustado.
– No puedo decirte, pero llevo prisa. Quizá en el futuro pueda platicarte. – señaló un punto en el local y dijo – ¿te molestaría acercarme ese par de bolsas de basura? –
Había 2 bolsas negras, las levanté y pude notar que ambas tenían una etiqueta «Eduardo Fragoletti de Beaufort». Tenía curiosidad por saber el contenido, pero no las abrí. Era mejor preguntar.
– ¿Qué llevas ahí? – dije.
– Cosas… mías. –
– Vale. – respondí, pues no tenía caso seguir insistiendo.
De un momento a otro, mi amigo me tomó de los hombros y me dijo muy serio:
– Alfredo, estoy por desaparecer mucho tiempo de aquí. No hagas preguntas, no me busques, y si te preguntan, no sabes nada. Si necesitas más volantes, puedes hacértelos tú mismo, sé que conoces el proceso. Yo me voy con mis bolsas. –
– Debe ser una broma, ¿no? – pregunté
– No. Adiós. Cuídate. –
Se subió al automóvil que estaba estacionado afuera de su local, encendió la marcha y se fue, dejando su local abierto y a mi con más preguntas que antes de llegar ahí.
Seguí la trayectoria del carro con la mirada. Cuando ya no pude verlo más, noté que del otro lado de la acera, una chica me miraba. Me sentí raro, pero fue más raro aún verla correr mientras gritaba «¡Lo siento!»
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Antes de que pudiera decidir la bebida, mi mirada notó que un chico caminaba del otro lado de la calle. Se detuvo en el local de enfrente a la tienda e intercambió algunas palabras con el que atendía. No alcanzaba a ver bien la situación, pues un carro tapaba lo poco que alcanzaba a ver. De un momento a otro, el locatario se subió al vehículo, arrancó y se fue.
El chico se quedó parado mirando como se iba el carro, y yo lo reconocí: era Alfredo.
– ¿Vas a querer algo, niña? – dijo alguien en la tienda.
La voz de esa persona me asustó e impulsivamente empecé a correr.
– ¡Lo siento! – grité y las lágrimas escurrieron por mis mejillas.
…
No sé cuánto tiempo corrí, pero para cuando me di cuenta, ya estaba en casa.
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Intentar apresurar las respuestas, únicamente estaba provocando más dudas.
Regresé a casa y me puse a jugar videojuegos con mi sobrino.
Los siguientes días transcurrieron como un vaivén de dudas y preguntas que nadie podía responder. Opté por dejar que mi memoria sanase por sí misma. Continué con mi vida normalmente. Siempre tuve curiosidad por saber la realidad sobre todo, pero pude vivir sin secuelas o daños mayores en mi cabeza.
En algunas ocasiones, cuando miraba por la ventana, trataba de recordar algo del accidente. Pero no podía hacer más que armar la historia que decían mis padres, la misma que había escuchado en el hospital.
Un día, recibí una llamada de la óptica que estaba cerca de mi casa, avisándome que estaban listos los lentes que había mandado a reparar – ¿Cuáles lentes? – me sorprendí y les dije que seguramente se habían equivocado.
Independientemente de esos pequeños detalles, mi vida era normal. Había un vacío en mi, pero todo era normal.
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…
Varios años después.
…
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…entonces supe que no tenía el valor para buscarlo. Tenía tanto miedo que no sabía cómo describirlo o expresarlo. ¿Qué podía decirle?, ¿Cómo explicarle todo lo que había sucedido?, ¿Acaso iba a reprocharme el que no estuviera a su lado?, ¿Me iba a odiar por no haberme quedado más tiempo? Las preguntas eran demasiadas y yo era únicamente una chica tímida que no estaba lista para salir de casa.
Decidí encerrarme en mi mundo, el pequeño mundo en el que no había peligro, en el que todo era maravilloso y nada podía hacerme daño, ni a mi, ni a nadie.
Pasé mucho tiempo así, pero pude continuar con mi vida.
Las pesadillas desaparecieron después de un tiempo, aunque nunca pude explicarlas. Dejé de ir a esa biblioteca, sobra decir la razón.
Terminé mis estudios y me convertí en lo que soy, lo que leen. Un día, empecé a publicar mis propios libros. Un par de ellos se convirtieron en «Best Sellers», pero hasta ahora, nunca había contado a alguien esta historia.
Creo que hoy, el mundo puede leerla y conocer un poco más de mi.
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Terminé de leer el libro que tenía entre manos.
Por un momento me quedé pasmado.
Una parte de mi no daba crédito a todo lo que acababa de leer. ¿Era posible?, ¿Acaso era yo ese Alfredo que mencionaba la historia?, ¿Qué hacía yo en un libro que había vendido millones de copias en su primera semana?
Pero entonces lo supe.
Supe todo lo que había sucedido. Podría pensar que era únicamente una coincidencia de nombres y situaciones parecidas… cerré el libro y leí en voz alta el nombre de la autora: Ilse.
Todo tenía sentido, los volantes de lentes perdidos, la llamada de la óptica, el accidente, la chica afuera de la imprenta, todo… todo.
Mil preguntas más atravesaron mi cabeza en ese momento, pero no les di importancia. No podía hacer nada ya.
Levanté la mirada al cielo y me sentí agradecido: Años después, gracias a ella y su libro, yo había recuperado una pequeña parte de mi vida.
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Capítulo Diez.
~ Ilse & Alfred ~
FIN.