[UAF]Un Accidente Fortuito… [Capítulo 10]

He aquí, el capítulo final de «Un Accidente Fortuito»

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Gracias a todos aquellos que siguieron esta historia desde su inicio y nos acompañaron a través de cada capítulo.

Gracias a quienes se unieron a medio camino y continuaron hasta el final.

Gracias a todos los que nos dieron su opinión.

Fue un placer escribir para ustedes.

[Alfred]

 

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Idea original: Ilse.

Desarrollo: Ilse, Alfredo.

Edición: Alfredo.

Ella: Morado. Él: Verde.

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– He tenido esta pesadilla tantas veces y simplemente quiero darle una explicación, ¿Sabes? –

Mi madre me miró extrañada, tenía sentido le hablaba de «una pesadilla» pero no daba más detalles, en realidad me resultaba difícil hablar de algo que sólo era mío y que siempre había considerado un secreto.

– Es muy extraña, comienzo en una gran casa donde hay unas escaleras al centro del salón que me invitan a subir, después un largo pasillo repleto de puertas… como en algunas caricaturas – reí – abro la primera puerta y es una habitación completamente vacía, la segunda casi siempre está cubierta por esas muñecas de porcelana que siguen tus movimientos a donde quiera que vayas, sigo abriendo puerta tras puerta pero conforme avanzo a través de lo que parece un pasillo infinito empiezo a sentirme sola, triste, débil completamente indefensa y en ocasiones he despertado llorando. –

Mamá no decía nada, simplemente me observaba cual niño a juguete nuevo.

-A veces siento que falta algo que llene esas habitaciones – dije al tiempo que le buscaba forma a una nube.

– Siempre has sido una persona un poco cerrada, casi no sales – comenzó a decir y aunque sonaba a un sermón por mi sedentaria y poco social vida no dije nada – sé que tu forma de divertirte es diferente a los  demás pero probablemente falten en tu vida algunas emociones que te ayuden a lidiar con esa pesadilla. –

Tenía sentido pero no podía creerlo del todo, mamá notó la duda que me invadía y agregó – Aunque también podrías atribuírselo a los platos de cereal que cenas todas las noches- reímos Mamá sabe cómo sacarme una sonrisa incluso con algo que me asusta.- Por lo pronto ¿no hay algo que quieras hacer, niña de las señales? –

Era cierto que a veces tomaba decisiones a partir de «una señal» pero en esta ocasión ¿lo era? ¿El destino lo había puesto frente a mí con alguna misión? ¿El accidente fue solo eso? Me levanté del columpio, le di un beso en la frente a mi madre y fui en búsqueda del recibo.

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Nada tenía sentido… o al menos yo no lograba encontrarlo. Parecía que la misma historia se repetía mil veces en mi cabeza… un accidente, yo sin memoria del día anterior, ahora un volante que aparentemente yo mismo había mandado hacer.

Me encontraba en casa, reposando y acompañado por mi hermana y sobrino. Mi hermana estaba ahí parada, mirándome como si tratase de encontrar en mi algo que nunca hubiese visto.

– Te ves raro – dijo ella.

Estoy, estoy. – contesté.

Se enconjió de hombros y salió de mi cuarto.

Voltee y no vi a mi sobrino. Palpee debajo de la almohada buscando el libro que ahí acababa de dejar. Era algo tonto, pero sentí como si los últimos minutos no hubieran pasado. Monitoree mi cuerpo de una forma que no puedo describirles, pues solo yo la conozco. Mis signos vitales y energías se encontraban a la perfección, por lo que decidí que no corría riesgo alguno de dar un pequeño paseo a la imprenta Fragoletti.

Observé por última vez la ventana de mi cuarto. Por alguna extraña razón, sentí que ese momento mirando a través de ella sería significativo después. Jalé fuertemente el aire que pude y dejé que este corriera por mis pulmones, llenándolos de oxígeno… – Es hora de recuperar mi día. – dije, y bajé las escaleras.

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Tomé el recibo y vi que también estaba ahi la dirección de la óptica, decidí que era hora de saber donde tenía que recoger los lentes y así le daría tiempo a mi sistema de reunir valor para llamarlo.

Le dije a mamá que no tardaría y sus ojos me dejaron saber que la hacía feliz el hecho de que su hija buscara una «aventura». Salí y me di cuenta que no tenía la mínima idea de hacia donde me dirigía, pasó un taxi y pedí indicaciones al chofer para acercarme a la calle de la óptica; estaba un poco lejos pero tenía ánimo de caminar.

Miré al cielo, coloqué los audífonos en su lugar y empecé mi camino recapitulando el día anterior y considerando la posibilidad de ver todo como una señal. El día era agradable, el Sol no quemaba, al contrario, su calor relajaba mis musculos; no sabía cuánto tiempo había pasado pero alcancé a ver en la esquina de la siguiente calle una imprenta, el taxista me había dicho que en esa calle diera vuelta a la izquierda y siguiera derecho para llegar a la calle de la óptica. Apuré el paso y di vuelta, unas calles después llegué a la óptica que estaba cerrada, no me importó puesto que de antemano sabía que solo iba a conocer el lugar. Había caminado mucho y mi cuerpo me lo recordó pidiéndome agua o algo para calmar la sed, dí media vuelta y comencé a buscar una tienda.

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– ¿Te subo algo de tomar? – gritó mi hermana.

-No gracias, me lo tomo aquí – respondí y pude ver el sobresalto de ella al verme abajo en la cocina.

– ¡Bajaste, no estás muerto! – dijo mi sobrino.

Reí mientras me preguntaba si el pequeño estaba jugueteando con la idea, o de verdad creía que me estaba muriendo. Placenteramente tomé un vaso de piñada que estaba sobre la mesa, siempre ha sido una de las especialidades de la familia… nunca nos han gustado las bebidas con alcohol, pero sabemos hacerlas sin él.

– ¿Seguirás acostado o vas a hacer algo mas? – preguntó mi hermana.

– Saldré – dije.

– ¿Te sientes mejor? –

– Sí –

– Cuídate –

– ¿No vas a detenerme? – inquirí.

-Nunca he podido hacerlo, siempre has sido alguien muy decidido. Además, no creo que te pase nada, en la condición que estás, seguramente tienes más miedo de que te pase lo mismo que ayer sin saber que fue… eso te mantendrá alerta –

La forma en que dijo esas palabras tuvo cierto efecto en mi. No había pensado nada de eso, ¿acaso tenía yo miedo? Antes de siquiera pensarlo decidí que no era buena idea pensar en eso y preferí continuar con mi intención original de visitar la imprenta.

 

Miré a mi sobrino, – ¿Recuerdas los videojuegos que querías jugar el otro día? – le pregunté.-

Sí, los que dijiste que lueeeeeeego – respondió.

– Dile a mamá que te los ponga, ella sabe jugarlos, dile que te enseñe también.-

Ni corto ni perezoso salió corriendo escaleras arriba. Abrí la puerta de la entrada y di unos pasos. No puedo decir que me sentí libre, porque en realidad ya lo era… sin embargo, la sensación que me invadió en ese momento fue grata. Era como iniciar una aventura en busca de un día perdido.

¿Qué respuestas obtendría visitando la imprenta? La simple idea de que quizá ninguna flotaba en el entorno, pero para no dejarla atacarme caminé.

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Trataba de recordad si en mi camino había visto ya una tienda pero lo cierto es que no iba del todo concentrada; él seguía en mi mente, mostrándome un volante, haciéndome reír, caminando a mi lado y… salvando mi vida. Sí, se que suena un poco exagerado que él salvara mi vida pero si él no me hubiese detenido, yo habría caminado y ese camión hubiese pasado sobre mi, o quizás la bicicleta me hubiera arrollado y conociendo mis huesos frágiles, todo habría acabado mal… Demasiados «habría, hubiere, hubiese» siempre me han dicho que eso no existe y es cierto, las cosas ya pasaron de una manera y es imposible regresar el tiempo para no tener que haber salido huyendo del hospital.

Seguía caminando y vi una tienda, entré y me paré frente al refrigerador de bebidas, ¿has sentido alguna vez que miras fijamente algo tratando de tomar una decisión pero en realidad miras todo y nada al mismo tiempo? Así me sentía yo.

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Intenté perder el tiempo en la calle, pero fue imposible. Había salido por una razón única, y mis pasos no dejaron que hiciese otra cosa, para cuando reaccioné, ya había pasado la papelería, la tienda, y me encontraba justo enfrente de la imprenta.

– ¡Hola chaparro! – dijo Ed Fragoletti, tan alegre como siempre, pero agitado.

– Hola enano. – contesté.

– Marqué a tu casa, pero tu hermana no supo responder mis preguntas. –

– Sí, me dijo que llamaste, gracias. –

– ¿Vas a querer más volantes? – preguntó él.

– De eso venía a hablar. –

– Lo lamento, pero sea lo que sea, tendrá que esperar –

– ¿Qué? –

– En verdad, lo siento. –

– ¿Qué pasa? – pregunté asustado.

– No puedo decirte, pero llevo prisa. Quizá en el futuro pueda platicarte. – señaló un punto en el local y dijo – ¿te molestaría acercarme ese par de bolsas de basura? –

Había 2 bolsas negras, las levanté y pude notar que ambas tenían una etiqueta «Eduardo Fragoletti de Beaufort». Tenía curiosidad por saber el contenido, pero no las abrí. Era mejor preguntar.

– ¿Qué llevas ahí? – dije.

– Cosas… mías. –

– Vale. – respondí, pues no tenía caso seguir insistiendo.

De un momento a otro, mi amigo me tomó de los hombros y me dijo muy serio:

– Alfredo, estoy por desaparecer mucho tiempo de aquí. No hagas preguntas, no me busques, y si te preguntan, no sabes nada. Si necesitas más volantes, puedes hacértelos tú mismo, sé que conoces el proceso. Yo me voy con mis bolsas. –

– Debe ser una broma, ¿no? – pregunté

– No. Adiós. Cuídate. –

Se subió al automóvil que estaba estacionado afuera de su local, encendió la marcha y se fue, dejando su local abierto y a mi con más preguntas que antes de llegar ahí.

Seguí la trayectoria del carro con la mirada. Cuando ya no pude verlo más, noté que del otro lado de la acera, una chica me miraba. Me sentí raro, pero fue más raro aún verla correr mientras gritaba «¡Lo siento!»

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Antes de que pudiera decidir la bebida, mi mirada notó que un chico caminaba del otro lado de la calle. Se detuvo en el local de enfrente a la tienda e intercambió algunas palabras con el que atendía. No alcanzaba a ver bien la situación, pues un carro tapaba lo poco que alcanzaba a ver. De un momento a otro, el locatario se subió al vehículo, arrancó y se fue.

El chico se quedó parado mirando como se iba el carro, y yo lo reconocí: era Alfredo.

– ¿Vas a querer algo, niña? – dijo alguien en la tienda.

La voz de esa persona me asustó e impulsivamente empecé a correr.

– ¡Lo siento! – grité y las lágrimas escurrieron por mis mejillas.

No sé cuánto tiempo corrí, pero para cuando me di cuenta, ya estaba en casa.

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Intentar apresurar las respuestas, únicamente estaba provocando más dudas.

Regresé a casa y me puse a jugar videojuegos con mi sobrino.

Los siguientes días transcurrieron como un vaivén de dudas y preguntas que nadie podía responder. Opté por dejar que mi memoria sanase por sí misma. Continué con mi vida normalmente. Siempre tuve curiosidad por saber la realidad sobre todo, pero pude vivir sin secuelas o daños mayores en mi cabeza.

En algunas ocasiones, cuando miraba por la ventana, trataba de recordar algo del accidente. Pero no podía hacer más que armar la historia que decían mis padres, la misma que había escuchado en el hospital.

Un día, recibí una llamada de la óptica que estaba cerca de mi casa, avisándome que estaban listos los lentes que había mandado a reparar – ¿Cuáles lentes? – me sorprendí y les dije que seguramente se habían equivocado.

Independientemente de esos pequeños detalles, mi vida era normal. Había un vacío en mi, pero todo era normal.

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Varios años después.

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…entonces supe que no tenía el valor para buscarlo. Tenía tanto miedo que no sabía cómo describirlo o expresarlo. ¿Qué podía decirle?, ¿Cómo explicarle todo lo que había sucedido?, ¿Acaso iba a reprocharme el que no estuviera a su lado?, ¿Me iba a odiar por no haberme quedado más tiempo? Las preguntas eran demasiadas y yo era únicamente una chica tímida que no estaba lista para salir de casa.

Decidí encerrarme en mi mundo, el pequeño mundo en el que no había peligro, en el que todo era maravilloso y nada podía hacerme daño, ni a mi, ni a nadie.

Pasé mucho tiempo así, pero pude continuar con mi vida.

Las pesadillas desaparecieron después de un tiempo, aunque nunca pude explicarlas. Dejé de ir a esa biblioteca, sobra decir la razón.

Terminé mis estudios y me convertí en lo que soy, lo que leen. Un día, empecé a publicar mis propios libros. Un par de ellos se convirtieron en «Best Sellers», pero hasta ahora, nunca había contado a alguien esta historia.

Creo que hoy, el mundo puede leerla y conocer un poco más de mi.

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Terminé de leer el libro que tenía entre manos.

Por un momento me quedé pasmado.

Una parte de mi no daba crédito a todo lo que acababa de leer. ¿Era posible?, ¿Acaso era yo ese Alfredo que mencionaba la historia?, ¿Qué hacía yo en un libro que había vendido millones de copias en su primera semana?

Pero entonces lo supe.

Supe todo lo que había sucedido. Podría pensar que era únicamente una coincidencia de nombres y situaciones parecidas… cerré el libro y leí en voz alta el nombre de la autora: Ilse.

Todo tenía sentido, los volantes de lentes perdidos, la llamada de la óptica, el accidente, la chica afuera de la imprenta, todo… todo.

Mil preguntas más atravesaron mi cabeza en ese momento, pero no les di importancia. No podía hacer nada ya.

Levanté la mirada al cielo y me sentí agradecido: Años después, gracias a ella y su libro, yo había recuperado una pequeña parte de mi vida.

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Capítulo Diez.

~ Ilse & Alfred ~

FIN.

[UAF]Un Accidente Fortuito… [Capítulo 9]

Idea original: Ilse

Desarrollo: Ilse, Alfredo.

Edición: Alfredo

Ella: Morado. Él: Verde.

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¿Saben? La impresión de haber olvidado algo realmente importante y no tener la menor idea de qué sea, es muy incómoda. Así me sentía en ese momento: Cuando miré por la ventana de mi cuarto mientras bebía la malteada de chocolate que amablemente mi hermana nos había traido a mi sobrino y a mí. Después de mi accidente, habían decidido quedarse en casa a cuidarme con mamá, mientras mi padre y mi cuñado atendían unos negocios.

Sin embargo, la compañía del pequeño diablito era reconfortante, podía platicar de cosas infantiles y leer cuentos, además las malteadas de chocolate o de mango estaban a la orden del día.

– ¿Recuerdas la vez que fuimos y venimos? – preguntó mi sobrino.

– ¿De dónde? –

– ¡Pues de donde fuimos y venimos! –

– Oh… –

– Uuuuy, no te acuerdas, ya te quedaste tonto para siempre de la eternidad… –

– En realidad sí que me acuerdo –

– ¿De verdad? – me miró dudoso, ignorando si lo tomaba en serio o le seguía el juego.

– Claro, la vez que estuvimos ahí e hicimos eso. –

– No, esa no. –

– A mí me parece que el que no se acuerda eres tú. – dije juguetonamente.

El niño rió y se puso a saltar a los pies de mi cama. Continué mirando por la ventana, con esa sensación incómoda de vacío… sin embargo, por algun motivo: Estaba contento.

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Mi mamá se levantó y discretamente colocó el teléfono en la mesa.
– ¡Qué chistosa!- le dije- pero no pienso hablarle, yo lo mandé al hospital… no creo que quiera saber de mi.
– ¡Ay Ilse, nadie manda a reparar unos lentes sólo porque sí! – dijo mientras tomaba mi mano.

Ella tenía razón pero, la verdad era que ni siquiera yo sabía el porqué habían mandado a reparar mis lentes, él no contestó a esa pregunta… simplemente fue arrollado por una bicicleta.

Me levanté y fui casi corriendo a mi cuarto, tomé el recibo y volví a donde se encontraba mi mamá. Marqué el número sin mayor problema aunque mis  manos no dejaban de temblar, mientras el tono intermitente de una llamada en proceso llegaba a mi oído, algunas ideas empezaron a bombardear mi mente; en verdad quería saber como se encontraba pero ¿Cómo saludaría?, ¿Qué se supone que deba decir?, ¿Era lo correcto? … justo antes de que alguien al otro lado de la línea pudiera contestar la llamada y con ello a un sin fin de preguntas, colgué.

Así es, me acobardé en el último momento. Mi madre, aun sentada a mi lado, suspiró; se levantó y me dejó pensando.
Le encantaba hacerme reflexionar, quería que aprendiera  por mi y no por lo que alguien pudiese enseñarme pero esta vez no podía hacer de todas mis ideas una sola.

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La tarde transcurría tranquila… demasiado en realidad. Dejé de atormentarme con la idea de que algo faltaba en mi mente, porque estaba conciente de que estaba relacionado con el día del accidente. Mi cerebro no lograba asimilar la idea de que por una simple bicileta, yo tuviese tantos… «problemas» de memoria. Dejé que el transcurso del tiempo decidiera las cosas.
Un poco incómodo, me revolví en la cama. A veces mi sobrino salía de mi cuarto y se iba a cotillear con su madre, yo me quedaba de nuevo mirando la ventana, o somnoliento por el calor.
Tan sólo una tarde… una tarde que se tornaba eterna… sonó el teléfono… era mi padre preguntando ¿cómo estaba todo?, luego llamaron al timbre… el vecinito que había volado su pelota…

Decidí que no dejaría llegar mi situación a nivel de «tortura» y me levanté de la cama. Afortunadamente, no tuve que caminar mucho para llegar a mi pequeño librero. Dejé que un falso azar decidiera mi actividad vespertina. Cerré los ojos y tomé un libro. El grueso libro quedó en mis manos y con una sonrisa traté de adivinar ¿cuál habría tomado?. A ciegas, regresé a la cama pensando en todas las posibilidades del libro que se encontraba en mis manos.

Una corriente de aire entró por la ventana, pero me dió flojera ir a cerrarla, así que tomé mi sudadera que se encontraba justo al lado de la cabecera. Al jalarla, cayó algo al suelo.
Me asomé y noté que era el pantalón que traía yo puesto el día anterior.
Justo iba a dejarlo ahí tirado, cuando tuve la sensación de que debía revisarlo. Con mis pies, lo arrastré unos centímetros y después lo levanté.
Palpé los bolsillos y descubrí que uno de ellos tenía un pequeño papel doblado dentro.

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Después de que mi cobardía frustara mi plan para saber cómo se encontraba Alfredo decidí que no quería salir de mi casa por hoy, me quedaría a desperdiciar el tiempo. Me acurruqué en el sillón frente a la tele, la encendí, tomé el control y empecé a cambiar canales hasta que algo atrajo mi atención; lo que alcancé a escuchar decía masomenos asi «el significado de tus sueños, envía un mensaje al…» lo demás no lo recuerdo pero no es que yo quisiera enviar un mensaje para que alguien desconocido me dijera lo que «significaban» mis sueños; simplemente recordé el motivo de la avenura del día anterior.
Fui a buscar a mamá, probablemente ella podría decirme algo sobre mi que yo aún desconocía.
– ¡Maaa! ¿ Dónde estás? – grité, pero no hubo respuesta alguna, me levanté de mi cómodo asiento y fui a buscarla al jardín. Ahi estaba ella, mirando el cielo como siempre, sentada en los columpios que  mis padres habían comprado e instalado para mi hermano y para mi.
Me senté en el columpio vacío, fue entonces cuando notó mi presencia.
– ¿ Ya viste cuán bonito es el cielo hoy? – Me dijo sin apartar la mirada del firmamento.
Mi mamá y yo siempre hemos tenido gustos diferentes.
– No es bonito, es demasiado azul, no hay nubes.
– Ilse, las nubes solo son un adorno y además vuelven los días tristes.
– Pero las nubes siempre te ayudan a ver más allá.
Sabía que esa discusión ya la había ganado mi mamá, asi que antes de que me respondiera le dije:
– Ma, tengo unas preguntas sobre mi.

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Desdoblé el papel. Con una estilografía que reconocí como la de la imprenta Fragolettí, había un mensaje referente a haber encontrado unos lentes y la petición de llamar a un número. Pero faltaba el número. ¿Por qué faltaba el número en un aviso así?, ¿Por qué tenía yo ese volante?, ¿Quizá mi amigo Eduardo sabría de quién era?… la tercera pregunta me pareció más razonable, pues tenía toda su firma como trabajo.
Dejé el libro en la cama y lo tapé con mi almohada, para no mirar cuál era.
Justo cuando iba a tomar el teléfono, este comenzó a sonar. Me asusté. Descolgué, pero dió línea… habían colgado.
Marqué el número de la imprenta, pero nadie me contestó.
Intenté de nuevo, pero obtuve el mismo resultado: Ninguno.
Cansado de tantas interrogantes sin respuesta, dejé el teléfono en paz.
Por enécima vez, miré hacia afuera a través de mi ventana.
El cielo estaba azul… demasiado azul… demasiado hermoso sin ninguna nube ocultando el Sol.
– ¿Conoces tú las respuestas de mi vida? – le pregunté al Sol.
– No. – dijo una voz que me hizo pegar un salto. Era mi hermana que entraba en el cuarto.
– Me has asustado… – le dije con la respiración agitada.
– Habrás estado haciendo cosas indebidas… – dijo riendo – ¿cómo te sientes?
– Mejor, gracias. –
– Hace unos minutos ha venido tu amigo de la imprenta a preguntar si vas a querer más volantes de los que mandaste a hacer ayer. –
– ¿Qué? –

Entonces yo había mandado a hacer esos volantes… yo tenía uno. ¿Cuántos eran, dónde estaban y por qué los había hecho?.

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Volteó y me miró pensativa.
– Ahora ¿qué quieres saber?
Jamás había hablado con ella de la pesadilla ni con nadie más, el único chico que sabía algo era el que mandé al hospital.
– ¿Hubo algun evento traumático en mi infancia?- dije sin pensar,

Mi mamá me miró extrañada pero se limitó a decir:
– ¿Evento traumático? No era más fácil decir ¿ Me pasó algo malo?, tú siempre usas términos rebuscados-
– Bueno, ¿me pasó algo malo cuando era más pequeña? – pregunté.
– No – dijo muy segura – Tuviste una infancia feliz… o eso creemos tu papá y yo.
Se quedó en silencio por un rato mientras yo pensaba que tal vez la pesadilla solo era producto de mi imaginación.
– ¿Por qué preguntas? – me dijo mientras su mirada se adentraba en mis ojos.
– No mami, por nada –
– Ajá… eso ni tú puedes creerlo, eres muy mala mintiendo – en realidad soy muy buena mintiendo pero, vamos… es mi mamá.
– En verdad ma, no es nada –
– Ilse, si no quieres decirme lo entiendo pero si es algo que realmente te inquieta, sabes que estoy para ayudarte- Siempre usa esa frase para que le diga lo que pasa por mi mente.
– Vale, te digo. –

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Capítulo Nueve.

~ Ilse & Alfred ~

¡Gracias por sus comentarios!

[UAF]Un Accidente Fortuito… [Capítulo 8]

¿Querían un capítulo más largo? ¡Aquí está! (Claro… después de algunas semanas de espera XD) Esperamos les guste 🙂

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«Esta noche,

mis ojos se tornarán de color esmeralda,

solo para mirarte y compartir:

cada estrella de ese cielo contigo.»

[Alfredo C.G.]

Idea original: Ilse

Desarrollo: Ilse, Alfredo.

Edición: Alfredo

Ella: Morado. Él: Verde.

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El agua caliente resbalaba por mi espalda, se sentía bastante bien. Me encontraba en un punto donde no sabía ¿qué parte de todo era realidad y qué no?. Pero dentro de la mezcla de imágenes y sensaciones, yo estaba muy a gusto. La imagen de la regadera de mi casa, junto con el espejo lleno de pasta inundaron los vacíos en la negrura de mi mente… pero en verdad, el agua se sentía correr en mi espalda, como si de nuevo estuviera ahí.


Percibí unas voces… pero no entendí nada de lo que decían. Sentí que me movía a algún lado… la imagen de la imprenta Fragoletti acudió ahora a mi mente. ¿En verdad me estaba moviendo o era solo la ilusión de un sueño?

Sentí que el aire de mis pulmones salió expulsado por una fuerza que venía de algún lado. Voltee a los lados y estaba corriendo de camino a la biblioteca… ¿por eso me faltaba el aire? El escenario cambió drásticamente y una fuerte luz me dió de lleno en los ojos.


No pude enfocar, ni mucho menos saber que sucedía a mi al rededor, pero creí estar mirando el Sol al salir de la biblioteca.

De nuevo esas voces ¿qué sucedía?.

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Una señorita me interrumpió:

– No puedes pasar pequeña –

– Pero… ¿ por qué? , ¿ a dónde lo llevan?. –
– Tranquila. ¿Viene alguien mayor contigo? –


Era suficiente, en momentos como este odiaba verme más joven de lo que en realidad era.


– Señorita, tengo 19 años, ¿necesita a alguién más grande? – dije de mala manera. En verdad estaba terriblemente estresada; este día había sido toda una aventura.
Al parecer el mensaje había sido claro.


-No, esta bien con usted- dijo la enfermera y añadió – Necesito que llene el papeleo para poder internar al joven -.


No era posible… ¿papeleo? , ¿con qué datos?.. Yo acababa de conocerlo; entre la niebla que invadió mi mente llegó un momento de lucidez «¡El recibo!».

Busqué y lo encontré en mi bolsillo, lo saqué y comprobé que ahí venían algunos datos como el nombre completo y su teléfono.

Llené los papeles con lo que pude: datos personales, descripción del accidente, etcétera.

Ahí estaba yo, esperando noticias de una persona que acababa de conocer y ya había mandado al hospital .¿Qué debía hacer?, ¿ Llamar a sus padres?, ¿ Esperar un milagro?, ¿ Huir de ahí?.
El día había sido un tanto agotador después del accidente y sin darme cuenta… me quedé dormida.


Me despertó una voz grave pero muy amable, estaba un poco desorientada al principio pero en cuanto vi al hombre de bata blanca frente a mi, recordé todo.
– Señorita, usted espera por…- revisó las hojas que traía en la mano – ¿Alfredo?.
– Sí- contesté de inmediato- ¿él está bien?-.
– Así es, ya se encuentra fuera de peligro, le dimos un baño con agua caliente para que relajara los músculos y en el proceso perdió el pulso pero logramos reanimarlo con RCP; ahora mismo se encuentra en la sala de observación, se quedará una noche ahi para asegurarnos de que esté bien.
– ¿Puedo verlo?- Interrumpí.
– No, por ahora no. Pero yo le avisaré en cuanto esté en piso. Y no se preocupe: ya llamamos a sus padres.
– Gracias- dije mientras estrechaba la mano del médico.

Al menos ya no tendría que preocuparme por sus padres… ¡Sus padres!. Ellos llegarían en cualquier momento y pedirían explicaciones… Me aterré, no sabía que hacer y mis mecanismos de defensa me indicaron huir de ahí, él ya estaba bien y sus padres llegarían pronto. Yo ya no era necesaria en esa escena.


Al salir del hospital recordé que debía recoger el recibo de la óptica para poder pasar por mis lentes; fui por él a  a recepción y me alejé del hospital.

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– ¿Te encuentras bien? – dijo alguien.
– ¿Chico? ¿Cuál es tu nombre? – dijo alguien más.


Abrí los ojos. me encontraba acostado en una cama. No puedo decir que muy confortable pero ahí estaba… ahí…

¿Dónde?


– Sí, está bien – dijo un señor de bata blanca y salió de ahí.
La señorita que lo acompañaba permaneció y me preguntó de nuevo.
– Chico, ¿podrías decirme tu nombre? -.
– Bdbbdbddbbd – respondí.
Rápidamente, se acercó a mi y puso una luz en mis pupilas, abrió mi mandíbula y observó.
– Repite –
– aaaaabdbdaaaaaaaaa – dije.
Anotó algo en una tabla y movió mi cabeza.
– De nuevo, tu nombre –
– aeeeooooooo – intenté.
Algo me decía que: o la señorita no sabía español, o que en realidad yo estaba haciendo algo mal. ¿Qué no entendía? ¡Ya le había dicho mi nombre!.

Un zumbido sonó, y el señor de bata blanca regresó.
– Doctor, el chico no logra articular palabra – dijo ella.
– ¿eeeeuueaeooeee? – pregunté muy preocupado.
– Necesita descanzar, está canalizando mal las instrucciones vocales… duérmanlo con dósis de 1 hora. Si para cuando despierte no habla, entonces es serio. – dijo el doctor y salió de ahí nuevamente.
En un susurro, la señorita me dijo muy preocupada:
– Yo no creo que necesites dormir, me quedaré contigo esta hora para ayudarte –

La siguiente hora transcurrió de una forma cambiante. Al principio me desesperé, pues no lograba entender las dificultades para comunicarnos. Al final cedí en la creencia de que yo estaba haciendo algo mal y me esforzé por seguir las instrucciones de ella. He de reconocer que era una señorita muy paciente, nunca se rindió y seguramente pasó más de una hora cuando logró que yo dijera algo que sonó coherente.


– Libro –

La sonrisa que ví en su cara valió el esfuerzo.
Llamaron a la puerta y entró el doctor.
– ¿Despertaste ya?, ¿cómo te sientes? –
– Libro, lentes – contesté.
– ¿Ve? le dije que necesitaba dormir. Ahorita estará un poco confundido, pero descanzando más podrá hilar palabras extras.
Escuché que la señorita en voz casi inaudíble decía algo que sonó a «pedante incompetente».
Volvió a salir el doctor… que para este momento me parecía tan inútil como yo hablando hace una hora.
– ¿Recuerdas qué sucedió? – me preguntó la señorita.
– Hola, duele… er… cabeza – dije con mucha dificultad.

Algunos minutos más, la señorita intentó con juegos de palabras. No diré que ya hablaba como debería, pero me resultaba más fácil encontrar palabras.


Para entonces, mi cerebro ya unía piezas… yo estaba en un hospital, en una habitación, un doctor y una enfermera estaban al tanto de mí… pero… ¿Por qué?.


Mis pensamientos se vieron cortados por alguien que abrió la puerta.

– ¡Guooooooooooooo! – dijo mi sobrino.
Atrás de él entró mi hermana.
– Disculpe, no puede haber niños en esta sala – dijo la gentil enfermera.
– Lo siento, pronto nos iremos – dijo mi hermana.
– ¿Te dispararon? – preguntó mi sobrino.
– Hola – dije yo.
– ¿Te salió sangre? – preguntó mi sobrino.
– ¿Cómo estás? – dijo mi hermana.
– ¿Casi te mueres? – preguntó mi sobrino.
– Van a marearlo con tantas preguntas – dijo la enfermera.
– ¿Quién se quedó el dinero? – preguntó mi sobrino.

– Alto, déjalo en paz.- dijo mi hermana silenciando a su hijo y después me preguntó – ¿Qué sucedió? –
– No lo sé. – respondí… quizá para todas las preguntas.

– El reporte dice que estuviste en un accidente de automóviles – añadió mi hermana.
– ¿Yo? – pregunté.
– En realidad, es posible que alguien le hubiese pasado encima, quizá una persona pesada, o una bicicleta como mucho… no sufrió daños graves, mañana mismo podrá salir por su propio pie – respondió la enfermera.

– ¿Por qué, no…? – intenté preguntar, pero no supe qué palabra era la correcta.
– ¿Por qué no vino abuelita? Es que me dejó pasar a mi primero y ahorita viene – se adelantó mi sobrino.
– Yo… biblioteca… lentes… ¿accidente? – dije.

– ¿Qué sucede? – preguntó mi madre, que justo entraba por la puerta.
– Parece que el impacto le está causando problemas para recordar ciertas palabras, eventualmente conversando con él recuperará el habla totalmente, no tienen porque preocuparse – dijo la señorita.
Mi padre y cuñado se asomaron, saludaron y salieron con mi sobrino. Pude leer los labios de mi padre preguntándome «¿Estás bien?». Asentí, aunque no estaba del todo seguro.

Las siguientes horas transcurrieron tranquilamente. La enfermera nos explicó que solamente dos personas podían entrar en la hora de visita, y que una podía quedarse conmigo en la noche. Aunque mi hermana insistió por quedarse y platicar conmigo, mi madre ganó el derecho. Se sentó a mi lado y en cuanto no hubo nadie más con nosotros, comenzó a acariciar mi cabeza y a entonar canciones de cuna hasta que me quedé dormido.

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No sabía exactamente ¿en qué lugar estaba?, después de todo lo que había pasado me encontraba aun más desorientada; caminaba sin rumbo y con mi mente divagando. A mi lado pasó un pequeño corriendo y tirando del brazo de su madre «Vamos mami ¡quiero verlo!» fueron las palabras que alcancé a entender, «Sí, yo también quiero verlo» dije para mi… No estaba segura si hablabamos de la misma persona (era casi imposible) pero no me importó.


Llegué a un sitio de taxis, aborde el próximo a salir y di las indicaciones necesarias para llegar a mi casa, acto seguido recargué mi cabeza en el asiento  y me dediqué a ver las nubes pasar.
Reconocí la calle, me incorporé y pagué la cantidad que indicaba el taxímetro, baje del auto tan enmimismada como antes de subir a él. Busqué mis llaves y antes de siquiera intentar abrir la puerta, ésta se abrió de golpe.


Mi hermano salió corriendo.


Entré sin entender por completo la escena, hasta que mi madre se paró enfrente de mi, bloqueando el paso.
– ¿Dónde estabas?, ¿Por qué no avisaste que saldrías?- en verdad estaba muy molesta pero mi mente seguía en blanco.
– Salí a caminar un rato – dije sin pensar.
– ¿A dónde?, ¿ Con quién?, ¿Para qué? – realmete destesto los interrogatorios de mi madre, nunca solucionamos nada cuando empieza a hacer demasiadas preguntas.
Organicé mis ideas con cuidado para no provocar malos entendidos.
– Fui a devolver un libro a la biblioteca, conocí a un chico que mandó a reparar mis lentes…- esperé alguna reacción, no la hubo y continué- de camino a la óptica ocurrió un accidente, lo acompañé al hospital y en cuanto me dijeron que estaba bien vine para la casa- terminé.


Mi madre me miró, no pude saber si estaba preocupada o aun más molesta, después de unos minutos en silencio se acercó y me abrazó – No puedes dejar a alguien solo, ¿verdad?- sonreí, mi mamá entendía todo – Tuviste un día cansado, ve a tu cuarto yo te llevo la cena. –

Más tranquila subí, me recosté pensado en si realmente fue lo correcto haberme ido tan pronto del hospital; «tienes su teléfono en el recibo, llámalo mañana por la tarde» dijo una vocecita dentro de mi cabeza.

– Tienes razón- dije en voz alta.
Acto seguido me quedé dormida.

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Abrí los ojos. Me dolía la cabeza, aunque no lo suficiente para quejarme. Sobre la cama, mi madre dormitaba. Observé su rostro, tenía semblante preocupado.
– ¿Má? – intenté
Ella giró y me vió.
– Buenos días Afel, ¿cómo te sientes? –
– Mejor, gracias, creo que ya puedo hablar bien – dije sonriendo… cada que mi madre me dice así, recuerdo lo mucho que me quiere.
– Eso parece. ¿Recuerdas que sucedió ayer? – preguntó ella.
– Pues… fuí a la biblioteca como siempre… encontré unos lentes, me detuvieron un rato porque salí de ahí con un libro sin sellar… regresé a casa y me dormí. – dije muy seguro.
– Eso fue antier. – dijo mi madre con un tono que me hizo preocupar.

Me rasqué la cabeza. ¿En serio? y ¿Por qué me parecía que hubiera sido ayer?
Le pedí a mi madre que me explicara la razón. ¿De qué?: Pues de que yo estuviera en una cama de hospital, con dolor de cabeza, con un vago recuerdo de esa misma noche balbuceando sin poder hablar bien y sin saber nada de nada.
Como pudo, me explicó que al parecer yo había sido atropellado por una bicicleta, y mi cabeza se había golpeado. Tenía pérdida de memoria leve. Me había costado trabajo articular palabras la noche anterior, pero no habría repercusiones graves. Aunque todo apuntaba a que mi memoria de corto plazo tenía un «pequeño fallo» : No recordaba nada del accidente, o del día anterior.

– Necesito ir al baño – le dije a mi madre.
– Claro, te llevo – contestó ella.
Con un poco de dificultad, bajé de la cama. Mis músculos estaban aletargados, pero respondían bien. Seguramente podría estar fuera del hospital pronto. Entré al sanitario y me senté… pero no por necesidad, sino con el afán de tratar de recordar algo y llenar ese vacío que me resultaba (por alguna extraña razón) tan importante.

Forzé un poco mi memoria y lo único que conseguí fue que me doliera más la cabeza. Me dí por vencido y salí de ahí.
Del sanitario contiguo salió un doctor y me dijo:
– ¡Ah! chico, ya estás bien… vamos a darte de alta en unas horas. –
El comentario no me sorprendió, pero tampoco me produjo interés. Caminé con calma de regreso a la cama. Ahí estaba mi sobrino, jugueteando con un avioncito.
– Me dijo el doctor que te secuestraron unos cibernautas y que te descargaron un virus que roba información de tu cerebro junto con tus contraseñas y nombres de usuario – dijo él.

Lo miré inseguro… ¿debía reirme o darle un sape?. Antes de poder decidir, continuó:
– Pero no te preocupes, yo conozco un antivirus rebueno con el cual no necesitas hacer nada más y te recupera los datos de tus juegos. –
Ahí definitivamente supe que la segunda opción era perfecta, pero me abstuve y dejé la idea en mi cabeza.
Las siguientes horas transcurrieron sin mucho que contar… mis padres platicando entre ellos, mi sobrino corriendo alrededor de la cama, un poco de leche de chocolate batiéndome la cara (cortesía de un pequeño niño que «mastica» la leche y me estaba mostrando como hacerlo).
Al final, tal como me dijo el doctor, salí esa misma tarde por mi propio pie, completo.
Lo único que me faltaba era el recuerdo de un día… un día que creía importante en mi vida… y ahora no lo recordaba.

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El molesto rayo de luz que entró por la ventana fue a parar justo en mi cara despertandome de mi sueño, había sido un sueño muy agradable: Alfredo logró entrar en mi cabeza y mi subconciente jugó con las posibles escenas. Me senté en mi cama y vi en que la mesita de la izquierda había un plato con una pieza de pan de dulce y a su lado un vaso lleno de café lechero (mi favorito) pero estaba frío; supuse que mi madre llegó con «la cena» cuando yo ya estaba dormida.


Miré el reloj y marcaba las 11:59 am «Ya es tarde», mordí el pan y bajé con el vaso de café en la mano, al llegar al comedor vi a mi mamá sentada leyendo.
– ¿Cómo atardeciste? – me dijo sonríendo.
-Bien, gracias por la cena – contesté mientras metía el vaso al horno de microondas – ¿Cómo les fue en el viaje? – terminé.
– Muy bien, ya sabes como maneja tu papá- dijo haciendo un gesto de fastidio – pero ya estamos aquí –


Era cierto que a mi mamá no le gustaba la velocidad, mientras que mi papá era gran fanático de ella, recordar eso me animó la mañana.


– Y a tí, ¿cómo te fue?. Por lo que me contaste ayer parece que tuviste una pequeña aventura. –
Vaya que había sido una aventura. Me quedé en silencio recordando el día anterior hasta que sonó la alarma del horno.
Saqué el vaso de ahí y le conté con lujo de detalles la historia a mi madre.


– Y bien, ¿Qué harás?- dijo con una mirada de complicidad que me hizo sonrojar.
– ¿Qué esperas que haga? – pregunté devolviendole la mirada.
– Pues, tienes el recibo con su teléfono ¿no? –

No hacía falta más, mi madre tenía la misma idea que yo.

Pero aun no estaba convencida de hacerlo.

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Capítulo Ocho.

~ Ilse & Alfred ~

¡Gracias por sus comentarios!

[UAF]Un Accidente Fortuito… [Capítulo 7]

Idea original: Ilse

Desarrollo: Ilse, Alfredo.

Edición: Alfredo

Ella: Morado. Él: Verde.

~

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Ella gritó algo que no alcancé a distinguir, pero no supe si me importaba mucho lo que gritó, o saber si yo estaba bien. La «emoción» (sarcásticamente pensando) que siguió ese evento no tiene descripción… Les explicaré:
Aunque en ese momento yo estaba tirado en la acera, pude distinguir que un taxi se enfrenó para no chocar con la bicicleta que me había arrollado. A su vez, una serie de automóviles se impactaron en hilera… formando un bello tren… bueno, habría sido hermoso mirar eso. Pero yo solo me enteré horas después cuando alguien me platicó lo que yo no pude ver.

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Caminar distraídamente siempre me acarrea problemas… pero jamás imaginé que de tal magnitud es decir, pasar de ser salvada de un microbús asesino a estar de rodillas en el piso junto a un chico, (que acabo de conocer) inconciente , mientras alrededor solo se junta la gente que no ayuda, solo estorba.
Pude escuchar a una señora decir » estos jovenes de hoy, no tienen cuidado y provocan cosas como esta» ¿como ésta?

Volteé movida por la curiosidad y vi una colisión de autos, las personas se gritaban unas a otras, ¿en verdad nadie veía al chico inconciente? ¡El chico inconciente! ya llevaba mucho tiempo sin reaccionar y yo no sabía nada de primeros auxilios, tomé mi celular y llamé a una ambulancia.


Los paramédicos me dijeron que no tardarían, por suerte para mi, el nombre de la avenida en la que estabamos  era visible y no tuve problemas para indicar la dirección.

– ¡Por favor  no tarden mucho! – dije antes de colgar el teléfono.


Una mano grande me tomó por sorpresa al tocar mi hombro.


– Señorita ¿qué pasó aquí? – O el señor estaba ciego, o era realmente estúpido, o yo estaba muy alterada.


– ¡¿Qué pasó aquí?! ¡¿Qué pasó aqui?! ¿No está viendo? ¡¡ Lo atropellaron!! –

– Calma señorita ¿le gustaría que llamé a una ambu… – el pobre señor no pudo terminar su frase… y no solo por mis gritos histéricos que sonaban masomenos a: » ¿Una ambulancia?, ya la llamé ¡¡Gracias!! , ¡¡Porque yo si trato de hacer algo!!» ; si no también por que la sirena de la ambulancia llegó a los oídos de todos.

Los paramédicos revisaron que no hubiera fracturas y lo subieron, me preguntaron si yo lo conocía y apesar de que solo habíamos conversado por un pequeño rato, sentí la necesidad de acompañarlo a donde lo llevaran.

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La cabeza comenzó a darme vueltas y de ahí en adelante no supe que pasó.
Cuando abrí los ojos, 2 caras desconocidas me observaban meticulosamente… y algo se movía. Creo que ibamos a bordo de algo. Me parece que lo que vi en ese momento fue un sueño, una regresión, un deja vú… o algo de esas cosas. Ahí estaba yo… en la biblioteca, sentado leyendo. Sentí una mirada y levanté la vista. Entonces la ví.
– ¿Estás con nosotros hijo? – dijo una voz totalmente desconocida para mí
Lo único coherente que pude contestar fue un desubicado «¿Eh?»
– Sí, sigue con nosotros. Chico, ¡Nos diste un susto!. – dijo otra voz – anota sus signos vitales.
Traté de incorporarme, pero la cabeza seguía torturándome, así que me quedé recostado. Mi cerebro no supo interpretar si me tenían amarrado o inmovilizado, o en realidad me dolía tanto que no podía moverme. Como fuese, un rostro se asomó y pude reconocer a alguien ahí dentro. Era ella, la chica de la biblioteca, la chica de los lentes, Ilse.

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El trayecto al hospital se me hizo eterno, la verdad es que no tenía la más mínima idea de dónde estaba pero tampoco me interesaba saberlo, lo único que me preocupaba es que Alfredo abriera los ojos.
Escuche a los paramédicos hablar y decir algo de un «susto», fue entonces cuando decidí levantarme del rincón donde estaba sentada como una pequeña asustada.
Lo ví, estaba ahí recostado, parecía desorientado pero en cuanto nustras miradas se cruzaron, supe de inmediato dónde lo había visto antes… en la biblioteca, era el chico que había activado la alarma anti-robo.
-¿Estás bien? – le dije.

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Ella dijo algo en cuanto nuestras miradas se encontraron, pero no entendí bien. Una fuerte punzada atacó mi nuca y cerré los ojos. No estoy seguro, pero creo que me retorcí de dolor, pues de inmediato sentí unas manos haciendo presión en mis muñecas y en mis tobillos, eso aminoró un poco la sensación de movimiento y relajó mis músculos.
Ahí estaba nuevamente, salí de la biblioteca… la alarma sonó y el guardia me detuvo… la chica que se me quedó mirando… ¿es una broma? ¡También es ella!.
O esas eran demasiadas coincidencias, o yo estaba alucinando el día anterior con un rostro nuevo. De cualquier modo parecía que estuviese soñando, pues la imagen se disolvió en un negro intenso… creo que perdi el conocimiento nuevamente.

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Cerró los ojos de nuevo y no solo eso, parecía que una convulsión estaba por comenzar, no es que yo supiera mucho de medicina pero el modo con que se retorció sobre la camilla y las muchas series médicas que he visto me hicieron pensar eso.


Los paramédicos me apartaron con un empujón y volví a mi rincón… era extraño que el chico del que había huído la tarde anterior ahora estaba en una ambulancia por mi culpa… y yo iba con él.
¿Me habrá reconocido?¿ qué pasará ahora?.
Otra vez fui sacada de mis pensamientos, la ambulancia llegó al hospital y lo metieron corriendo, yo corría a un lado de la camilla, no tenía idea de a dónde lo llevaban.

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Capítulo Siete.

~ Ilse & Alfred ~

¡Gracias por sus comentarios!

[UAF]Un Accidente Fortuito… [Capítulo 6]

¡Buenas noches!

¿Esperaban el capítulo 6 tan pronto?

¡Creo que no!

¡Disfrútenlo!

Idea original: Ilse

Desarrollo: Ilse, Alfredo.

Edición: Alfredo

Ella: Morado. Él: Verde.

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La elaborada presentación me tomó por sorpresa y era demasiado tarde para evitar que mis mejillas respondieran sonrojándose. Correspondí el saludo sujetando su mano.
– Y yo estoy encantada de que los hayas encontrado- sonreí- ¡Gracias!.

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No se porqué, pero en cuanto me presenté ella se sonrojó… fue tan raro que probablemente yo también me sonrojé sin darme cuenta. La miré un par de segundos y sonreí. Quizá sea solamente idea mía, pero este día yo estaba sonriendo demasiado: Y eso era grato. Cruzamos el parque sin decir nada… creo que el tema de los columpios no había dado para mucho. Tenía que pensar en algo.

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Los días soleados normalmente me ponen de malas pero hoy, a pesar de que el sol quemaba intensamente, yo estaba tranquila, mi mal humor no se había hecho presente lo cual me pareció perfecto… no me gusta dar una mala primera impresión.
Ya había pasado un rato y no habíamos dicho ni una sola palabra, creo que era mi turno de romper el hielo.
– Y, ¿vives por aquí o por la óptica?- pregunté.

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Afortunadamente, ella tomó las riendas de la carreta y comenzó a hablar… aunque haciéndome preguntas.
– Pues, vivo relativamente cerca de la óptica… aunque es probable que pase más tiempo por aquí que por allá – contesté. – ¿Y tú? Cuéntame un poco sobre tí… claro, si no te incomoda. Nunca antes te había visto en la biblioteca .

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Sin querer había empezado un pequeño juego de preguntas y respuestas.


– Soy realmente nueva en esta biblioteca… por eso mi credencial es provisonal; llegué por casualidad, iba en busca de respuestas- respondí y añadí – Y pues ¿qué te gustaría saber de mi? -.

– Mmm, ¿qué tipo de respuestas ibas buscando? –

– Pues, quería entender el ¿por qué? de las pesadillas recurrentes-

– ¿Te acosan normalmente tus pesadillas? – pregunté, pero apenas acabé de decir mi pregunta, me arrepentí… quizá había sido demasiado personal.

No había hablado con nadie sobre la pesadilla que me atormentaba pero, él me inspiraba mucha confianza, de lo contrario no lo habría seguido… decidí contarle un poco, quizá podía ayudarme.
– Sí, desde pequeña y no es que sea muy grande, he tenido la misma pesadilla.

O a la chica no le preocupaba hablar de sus pesadillas con extraños, o el haber creido que era una pregunta demasiado personal había sido un error.
– Pues, yo no recuerdo la última vez que tuve una pesadilla… creo que nunca he tenido la necesidad de explicármelas. Pero ¡vaya! es un buen tema… me parece que debe haber infinidad de libros hablando de eso en la sección de terror, ¿no? – dije riendo con mi último comentario.

Su comentario fue tan espontáneo que me reí.
– De haberlo sabido antes no hubiera buscado en la sección de psicología mis respuestas – .En verdad ¿por qué no buscar en terror? ya algunos antes que yo fueron atormentados por este tipo de cosas.

La gracia con que tomó mi comentario me relajó todavía más.
– En realidad bromeaba, la sección de terror solamente te traerá más pesadillas, o como mucho te transmitirá lo que sintieron algunos dentro de sus pesadillas… pero dudo que encuentres la respuesta que estás buscando. Nunca he leido del tema más de lo que los estudios pudieron pedirme alguna vez, pero me parece que podrías leer algo de Sigmund Freud, creo que él estudiaba los sueños… – le dije.

¿Dije o pensé lo de los autores atormentados? No lo sé… parecía que estuviera leyendo mi mente.
– No, el libro que saqué solo me contó que Freud tenía muchos problemas sexuales y aunque Jung pretendía ayudarme no lo consiguió; creo que tendré que ir con algún «PsicoLoco» vivo para entender mi pesadilla – ya era mucho de mi, algunas palabras más  y él creería que estaba totalmente loca – Ahora, cuéntame algo de ti ¿ vienes seguido?.

– ¡Oh! no tenía idea de que ya habías leido a Freud.. ¿Quién es Jung?… ehm.. sí, vengo seguido… cada que puedo. Me gusta mucho leer, y la biblioteca es el único lugar que tiene libros suficientes para encontrar lo que no busco, y no encontrar lo que estoy buscando. Además, aqui nadie me busca nunca… – le dije.

– Jung es uno de los discípulos de Freud, él decía que los sueños ni significan nada .. o algo asi leí ¿para encontrar lo que no buscas? ¿cómo está eso? -.

Creí que mi intento de retórica mareadora la habría dejado sin interés de preguntar, pero parece que me estaba poniendo atención.
– Pues… jeje – reí – se trata de elegir un libro al azar, leerlo y encontrar en él algo que quizá nunca hubieses buscado… una aventura entretenida, un misterio sin pistas, un cuento para dormir, o una infinidad de preguntas esperando una secuela – respondí dándome un aire de grandeza que casi me provoca otro ataque de risa.

– Leer por leer y verte pronto sumergido en una nueva historia me parece una muy buena idea, lo intentaré algun día – Se nos acababa el tema de conversación y se me ocurrió algo – ¿Te gustaría jugar quit pro quo? -.

A la fecha, no sabría decir qué fue más tonto, si la cara que puse, o la forma en que respondí:

– ¿Eh? –

Había olvidado que pocas personas conocen ese término.
– ¡Ah! es muy simple, tú me haces una pregunta y a cambio de mi respuesta puedo preguntarte algo – no estaba segura si me había explicado bien pero eso fue lo que salió de mi boca.

La forma en que explicó su terminología me resultaba graciosa. En ese momento me fijé que habíamos avanzado ya un trecho decente del camino.
– ¿No te parece que es una forma muy «intelectual» de decir algo que venimos haciendo en las últimas 7 cuadras? –

– Sí, lo es pero lo vi en una película y siempre quise decirlo así jeje- aclaré y era verdad, esas palabras me gustan y  mucho-  ya que he respondido a tu pregunta, es mi turno… ¿ Estamos cerca? – sonreí

– No aún. ¿Tienes prisa? –

– No, solo era una pequeña duda. ¿Por qué mandaste a reparar mis lentes?  –

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No esperaba esa pregunta, pero tampoco tuve que contestarla de inmediado. Estabamos en un cruce peligroso y ella siguió caminando cuando se puso el alto. La tomé del brazo y la jalé justo antes de que un microbús diera la vuelta y la volviera historia… pero la suerte quizo que a cambio de su vida, me sucediera algo a mí, pues apenas la solté, algo impactó mi espalda y me hizo caer de frente. No tuve que preguntar, el objeto que me había impactado pasó encima de mí en cuanto estuve tirado en el suelo: una bicicleta.

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Capítulo Seis.

~ Ilse & Alfred ~

¡Gracias por sus comentarios!

[UAF]Un Accidente Fortuito… [Capítulo 5]

¡¡¡Puaf!!!

Después de (he de confesar) no se cuantos días de espera, por fín está aquí un capítulo más de [Un Accidente Fortuito…]

Esperamos que les guste.

Les recordamos que sus comentarios nos transmiten su gusto o disgusto, para saber si continuar o no con la historia.

¡Gracias por leer!

~

Idea original: Ilse

Desarrollo: Ilse, Alfredo.

Edición: Alfredo

Ella: Morado. Él: Verde.

~

– Caminemos entonces – dije.


Sentía que hubiera pasado una eternidad desde el momento en que me ofrecí a llevarla a la óptica. Traté de mentalizar mi ruta para poder ir platicando con la chica. Por experiencia propia, sabía que caminar con un completo desconocido era incómodo, sobretodo en silencio. Pero yo mismo no encontraba un tema de conversación.
Lo primero que se me ocurrió fue mirar al parque. Los pequeños se veían tan divertidos que se me ocurrió preguntarle algo.
– ¿Te gustan los columpios? Es decir… cuando eras pequeña, ¿te gustaban?

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No podiá creerlo, realmente iba a dejarme llevar por una persona que jamás (hasta donde recordaba) había visto, al parecer, si.
¿De qué podríamos hablar? ¿Será mejor ir en silencio?
Mis preguntas se vieron interrumpidas cuando él formuló la suya.
– Sí, me gustan; desde siempre han sido mi juego favorito… incluso hace un rato estaba sentada en uno hasta que… mis principios me traicionaron.

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– Hasta que… ¿qué? – pregunté sorprendiéndome de la facilidad para encontrar un tema de conversación. ¡Cuántas veces me había quedado en silencio anteriormente!

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Parecía sorprendido ¿lo de los principios había sonado tan feo? No me quedó  otra más que contestar con la verdad:

– Hasta que mis principios me traicionaron – sonreí y expliqué – Pasa que yo estaba balanceándome felízmente hasta que se acercó un pequeño y se  quedó viédome como pidiendo el columpio.

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– ¡Ah! Bueno, eso no tiene nada de malo. Están hechos para los pequeñines, seguramente ya tuviste tiempo para disfrutarlos. Aunque no te negaré que yo mismo a veces cuando vengo a la biblioteca también paso a los columpios para distraerme un poco… pero sinceramente, primero están los pequeñines. – dije muy contento.
Después de iniciar la conversación, sentí que estaba más relajado y no tanto en estado de alerta.
– ¿Vamos? – sugerí – aunque… en realidad está retirado. Podemos ir andando y nos llevaría un poco más de media hora. Corriendo quizá serían 20 minutos. ¿Prefieres tomar el camión? –

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– Si, primero estan los niños –
Qué fácil era armar conversaciones, recordé a mi madre y sus sabias palabras «¡cómo hablas!»; era verdad, me gustaba hablar y en situaciones como esta era muy útil.
– No me gusta correr – respodí- pero podemos ir caminando, no tengo prisa.

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Una pequeñína pasó a nuestro lado y se me quedó mirando.
– ¡Hola! – le dije.
– ¿Esas son hojas? – me preguntó mientras señalaba mi bolsillo.
Observé y noté que aun traía volantes en mis bolsillos ¡Claro, no había hecho falta repartir todos!
– Sí, pero ya no sirven – le dije.
– ¿Me los das? Yo quiero hojas para dibujar – contestó.
Tomé el resto de mi bolsillo y se los entregué. Ella observó un momento y me dijo:
– ¿Lo hiciste tú? ¡Porque está mal hecho eh! Dice llamar a… ¡Y no tiene número! –
– ¿Eh? ¿Me permites uno? – respondí y miré detalladamente
¡En efecto, había olvidado anotar mi número!

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La escena que estaba viendo me dió risa, ni siquiera yo había notado que los volantes no tenían el número a donde llamar; siempre me ha sorprendido la habilidad de los pequeños para notar ese tipo de cosas que para nosotros pasan desapercibidas.
– Nena, eres muy inteligente y observadora –
-Sí- me contestó muy orgullosa y añadió- soy la más lista de mi grupo-
– ¿ En serio? –
– Sí, salí con 9.9 de promedio – dijo
La pequeñita se encargó de sacarme una gran sonrisa.
– Ten, te lo mereces- le dije mientras le extendía una paleta de caramelo que traía en uno de los bolsillos de mis pantalones
La pequeña me miraba dudando si tomar la paleta o no, después de unos segundos me dijo:
– Mi mamá dice que no debo aceptar dulces de extraños-
¡Oh!, la seguridad infantil que a mi me falataba a la pequeña le sobraba, no supe que decir.

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No pude evitar reirme. Las dos chicas (la pequeña y la no tan pequeña) se me quedaron viendo como si estuviera loco. Quizá lo estoy, pero es que la respuesta que la nena dió fue simplemente maravillosa.
– Mira, hacemos algo. Toma el dulce y guárdalo. Dáselo a mamá y pregúntale si te lo puedes comer. Y le explicas como te lo hemos dado. Si tu mamá te dice que fue mala idea aceptarlo, entonces le das esto… – anoté mi teléfono y mi nombre en uno de los volantes y se lo dí – le dices que la persona que te dió el dulce te dió también su teléfono por si había algún problema.
Un segundo después pensé que quizá no había sido una buena idea darle mi s datos… pero ya estaba hecho.

La peque me miró desconcertada y añadió:
– Bueno, al menos un volante ya tiene el número que debería tener ¿no? –


Nuevamente reí.

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La situación se resolvió de una manera tan… inesperada; esa niña en verdad tenía una agilidad mental impresionante y la seguridad con la que hablaba hacía que aquello que salia de su boquita sonara muy gracioso.
-Gracias por el dulce- dijo la pequeña.
-De nada  nena, te lo ganaste. –

La pequeña se alejo dando saltitos, yo volteé a ver a mi acompañante y le dije:
– Gracias, en verdad la niña me dejo anonadada-

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– ¿Vamos entonces Ilse? – le pregunté sonriendo.

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-Sí, vamos- le contesté a.. a… En ese momento me dí cuenta de que no sabía el nombre de mi acompañante.
– Oye y… a todo esto… ¿cómo te llamas?- pregunté.

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-¿Eh? –


La pregunta me tomó por sorpresa. Pero tenía razón, yo sabía ya su nombre y todavía no le había dicho el mío.
Me paré enfrente de ella y le extendí la mano.


– Mucho gusto, me llamo Alfredo. Encantado de encontrar tus lentes –

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Capítulo Cinco.

~ Ilse & Alfred ~

¡Gracias por sus comentarios!

[UAF]Un Accidente Fortuito… [Capítulo 4]

Idea original: Ilse

Desarrollo: Ilse, Alfredo.

Edición: Alfredo

Ella: Morado. Él: Verde.

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¿Alguna vez han sentido que hay demasiado ruido y quieren decir algo que pase desapercibido, pero en ese momento todo el mundo se queda en silencio… ustedes abren la boca y se vuelve un momento incómodo?
Pues eso sentí justo cuando terminé de pronunciar la última frase.
La palabra que define el momento es: Acorralado.

Me quedé callada mientras evaluaba la situación, por una parte había encontrado mis lentes pero por la otra, parecía que estaban rotos.
-¿Reparados?,¿Qué les pasó?,¿Cuándo te los darán?-
Otra vez, demasiadas preguntas pero yo quería respuestas.

Por un momento me sentí atacado… pero pensé que estaba totalmente justificada.. vamos ¿qué pensaría yo si un extraño se acerca diciéndome que tiene mis lentes y que los estan reparando?
– La mica del lado izquierdo estaba rota, y me permití llevarlos a reparar con la misma graduación… me dijeron que estarán la próxima semana – respondí con la mayor tranquilidad que pude – si me demuestras que en verdad son tuyos, te doy la nota de la óptica para que puedas recogerlos.
Pensé lo que acababa de decir y creí que había sido bastante sensato. Tampoco iba a darle los lentes a alguien que quizá me estuviese timando.

Hablaba tranquilamente, supuse que no había sido con mala intención… pensándolo bien, ¿quién rompería unos lentes a drede?, no le veía mucho sentido a esa teoría.
– ¡Qué bien! Los mandaste a reparar con la misma graduación- dije sonriendo – lo que pasa es que es un poco extraña y sinceramente… no la recuerdo-
¿Cómo iba a demostrar que eran mis lentes si ni siquiera recordaba la graduación…? Lo más sensato que se me ocurrió fue decirle lo siguiente:
– Creo que reconocer la funda es una prueba para demostrar que son míos ¿no? – Me sentí tan boba después de decir eso… yo no lo creería.

Sentí que los papeles se invertían. Yo estaba recuperando un poco el aliento y la confianza… pero ahora ella parecía nerviosa; al menos sonreía… y por cierto: tenía una linda sonrisa.
– ¿La funda? ¿Cómo puedes probar con la funda que son tuyos? – le pregunté.

No era justo, yo tenía el control de la situación, ¿cómo terminé siendo yo la «culpable»? Pero… ¿qué más podía decir?
Me quedé pensando un momento, pero la verdad es que no se me ocurría nada.
– Bueno, entonces ¿qué se te ocurre para que pueda demostrarte que son MIS lentes?- fué lo único que se me ocurrió.

Mi palabra «acorralada» encajaba perfectamente ahora en ella. Me sentí culpable. Pude recordar que al probarme los lentes en la mañana, sentí una textura rara en los soportes de los lentes… inclusive cuando enderecé la intersección noté un par de puntos. Intentando con ese recuerdo, le dije:
– Los lentes tenían un grabado, dime ¿en dónde? y para verificar, ¿qué dice el grabado? –

¡Qué tonta!, ¿cómo pude olvidar ese detalle incluso yo misma lo había planeado para casos como éste?.
-¡Ah! eso es fácil, en los soportes dice «Serendipia»- Dije orgullosa.
Me sentí tan aliviada al recordar eso que me relajé, no harían falta más pruebas.

– Me refería al grabado del otro lado… Serendipia es la marca de los lentes… lo pone en la funda, eso no me sirve – le dije.

Me molesté un poco, pensé que tenía todo solucionado.
– Sí vale, no alcanzo a leer lo que dice la funda ¿recuerdas? – Quise decirlo seriamente pero no pude evitar reírme de mis palabras – Ok, del otro lado dicen «Ilse», es mi nombre, ¿qué otra prueba quieres? – le respondí.

Sin querer, había obtenido su nombre: y era un nombre bastante bonito.
– Muéstrame alguna credencial en la que pueda corroborar que en efecto es tu nombre – le dije.
Mi mente comenzó a flotar pensando que iba a mostrarme su credencial de elector, y que con un poco de suerte, memorizaría su dirección. ¿Para qué? No lo sé… de momento solo estaba pensando en muchas tonterías, pero nada sensato.

Qué bien, la lista de mi solo traía consigo la credencial de la biblioteca, no tenía foto. No estaba segura de que bastara como prueba, la saqué de mi cartera y se la extendí.
– Es la de biblioteca, ¿ves? ahpi dice Ilse- señalé.

Me mostró su credencial provisional de la biblioteca… de esas que no tienen foto y te dan en lo que está lista la tuya. Sentí que ya era mucho exagerar la idea de que una chica cegata tuviera una credencial con el mismo nombre grabado en unos lentes extraviados. Definitivamente, eran suyos.
– Vale, no hace falta señalar ya lo he visto. Acepto, son tuyos. ¿Quieres el recibo? –

Algo dentro de mi esperaba que él no me creyera, esa conversación que parecía más un interrogatorio había despertado mi curiosidad sin mencionar que yo creía conocerlo. En ese momento tuve lo que creí una buena idea.
-Pero yo no sé dónde está esa óptica y tengo un pésimo sentido de orientación- me ruboricé un poco antes de continuar –  ¿podrías llevarme?-

La respuesta que me dió fue bastante… sorprendente, por no decir extraña. La palabra inesperada era la que mejor cuadraba en la situación, sí: inesperada. No supe como reaccionar, y opté por una salida rápida.
– Pues si quieres, te dejo el recibo, te llevo y muestro el lugar… así podrás recogerlos la próxima semana.
El nerviosismo acudió de nuevo al inequívoco llamado de una situación inesperada a punto de salirse de control.

No estaba segura  de que fuera prudente pedirle a un completo desconocido que me llevara a un lugar que no conocía, la seguridad infantil no estaba muy presente en mi sistema.
– ¿Puedes llevarme hoy? o ¿qué día puedes? –

– Sí, puedo llevarte ahora mismo si así lo deseas… tengo el día libre. O si prefieres, hasta dentro de una semana… como tú me digas. – contesté

– Pues vamos – no pensé lo que dije, simplemente salió de mi boca

– Claro-
Un par de segundos después, noté que seguíamos ahí parados, mirándonos como tontos sin movernos. «¿No pensará moverse?» me pregunté… pero la lógica golpeó mi nuca avisándome que yo era el guía esa tarde.
– ¿Te gusta caminar? – le pregunté.

Estaba yo ahi parada. Esperando que mi guía avanzara.
– Sí, amo caminar -le contesté.

Y entonces, salimos de la biblioteca.

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Capítulo Cuatro.

~ Ilse & Alfred ~

¡Gracias por sus comentarios!

[UAF]Un Accidente Fortuito… [Capítulo 3]

Idea original: Ilse

Desarrollo: Ilse, Alfredo

Edición: Alfredo

Ella: Morado. Él: Verde.

~

– ¿Los tienes? – pregunté ansioso.
– ¿Qué dices? ¡Que si los tengo! Jojojo. – dijo burlonamente, pero de inmediato me miró serio – ¿Cuándo te he fallado eh? Dime. –
– Lo siento Ed, llevo algo de prisa. Sabes que no dudo de tí –
– ¡PEG! – gritó mientras hacía una seña victoriosa con el brazo levantado.
– ¿Cuánto te debo? – pregunté.
– Lo de siempre, nada. – respondió.
– Quédate con el cambio – contesté.

Una sonrisa invadió mi rostro y el de él. No se cuantos años llevábamos con esa rutina de diálogo, pero seguía dándome mucha risa cada que volvíamos a hacerla.

Miré un momento a mi amigo y él asintió. No tenía la menor idea de lo que estaba por hacer, pero como siempre me dió su aprobación.

Salí de su imprenta. Enrollé los volantes, metiendo la mitad en uno de mis bolsillos y la otra mitad en el otro bolsillo. Observé hacia arriba y tomé aire.

Dí vuelta en la primera calle y entré a un local. Se trataba de la óptica.

Me atendió una señorita bastante amable y me dijo que los lentes tardarían una semana en estar listos. Me advirtió que no era correcto mandar repararlos tal cual con la misma graduación y que era preferente que me hicieran una revisión antes para certificar que la graduación era correcta.

Lo primero que me vino a la mente fue decirle que no hacía falta, que mi abuelita había usado la misma graduación desde hace muchos años y que para mí era ya rutinario ir a repararle los lentes.

Firmé una hoja responsiva en la cual la óptica se deslindaba de cualquier responsabilidad de molestia en el usuario en caso de que hubiese que realizar una variación de la graduación.

Salí de la óptica y observé la funda que aun estaba en mi poder. Un impuslo me hizo correr.

Comenzó una carrera hacia la biblioteca. En realidad no debía correr, pero algo me incitaba a hacerlo… algo me decía que se acababa el tiempo.

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Caminaba sin rumbo, otra vez, miraba a la gente haciendo sus rutinas de ejercicio; yo ya había ganado algunos kilos de más en estas vacaciones pero lo cierto es que no pensaba hacer ejercicio para «verme bien».
La música me mantenía en un humor tan aleatorio como el reproductor lo permitía, yo solo seguía caminando y «bailando» al compás de lo que escuchaba, cerré los ojos para imaginar distintos escenarios hasta que – fíjese por dónde va señorita- me interrumpió una voz grave, ni siquiera volteé… simplemente dije – lo siento.


¿Qué más podría hacer?, me habían quitado «mi» columpio, en mi casa no había nadie y no planeaba volver para simplemente hacer «quehaceres». Una idea atacó mi mente «estás enfrente de una biblioteca, ¿por qué demonios no sacas un libro?»

Regresé sobre mis pasos para llegar a la biblioteca, tenía ganas de leer una novela que nada tuviera que ver con la psicolgía; mi libro favorito de todos los tiempos es «El Vagabundo de las estrellas» de Jack London, me pregunto si lo tendran.


Fui a las computadoras, donde tienen el registro de libros, tecleé J-A-C-K-L-O-N-D-O-N. ¡Perfecto! tenían solo un ejemplar del libro que yo buscaba y no estaba a préstamo, seguro lo encontraría; traté de memorizar la clave para poder buscarlo.


Llegué a los estantes, en mi camino ya había visualizado el perfecto lugar donde me sentaría a leer, por un minuto me sentí intimidada ante tantos libros pero instantes después comencé mi búsqueda…

No había nada


En el lugar donde debía estar el libro, solamente había un libro sin título que no quise ver; tomé un tomo de «El llamado de la Selva» del mismo autor como «premio de consolación» y regresé al lugar que ya había seleccionado.

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Sentí que el aire dejaba mi pecho, así que paré un instante a respirar.
Levanté la mirada: tenía la biblioteca enfrente de mí. El mismo instinto que me había hecho correr me decía ahora que ya podía caminar.
Revisé mis bolsillos y noté que los volantes aun estaban en buenas condiciones… un poco arrugados pero leibles.
En el pequeño parque, un niño encima del único columpio utilizable que quedaba cantaba algo que parecía una burla más que una canción.

No le dí mucha importancia y entré a la biblioteca. No sabía por donde comenzar, así que dejé un volante en el mostrador de la recepción. Me arrepentí y lo tomé: si de casualidad la señorita que atendía recordaba que me había llevado los lentes y ahora avisaba que los había encontrado, tendría problemas nuevamente.
Decidí entonces repartir los pocos volantes en las mesas de la biblioteca. En la primera mesa había solamente niños pequeños así que omití dejar volante ahí.
-¿Tú eres el que te caistes ayer verdad? – dijo un niño que reconocí de inmediato.
– No, vistes mal ayer y también escuchastes mal que lo que dijistes está mal dicho. ¿Oistes? – le dije burlonamente.
El pequeño se me quedó mirando con una expresión que no pude decifrar pero que seguramente fue un «tú estás tonto».
No recuerdo mucho de las siguientes 3 mesas, pero dejé volantes en ellas.
Después, una mesa vacía. Sorprendente que no hubiera una sola persona ahí. Voltée y ví a una chica entre los estantes. Seguramente ella ocupaba esa mesa, así que me dirigí a ella.

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– ¡Hola! – le dije.

Escuché un «hola» lejano. No conocía a nadie por aquí, así que seguí leyendo.

La chica me ignoró y pensé en pasar de ella dejándole el volante en la mesa.
Pero la forma en que forzó sus ojos mientras leía lo que tenía entre manos me obligó a insistir.
– Buenas tardes, disculpe, señorita… –

La voz insitió y volteé; mis ojos me dolían (en verdad extrañaba mis lentes)  así que no distinguí bien al chico que hablaba conmigo.
– Hola- contesté.

Volteó y respondió. ¿Alguna vez han sentido un choque?. Digamos, como si alguien golpeara su cabeza y los desconcertara instantáneamente. Así me sentí cuando me miró.
– Toma, un volante. Encontré algo que alguien perdió y estoy repartiendo volantes – dije (como niño bobo).

Cuando mis ojos pudieron enfocar vi en él algo conocido… pero no estaba segura de qué. Es extraño su mirada me atrapó por breves segundos mientras él hablaba.
– ¡Que coincidencia!, yo perdí algo ayer- dije mientras tomaba el volante que me extendía.

– ¡Ah! – dije. Mi cerebro mandó una señal incitándome a decir algo más inteligente, pero la ignoré – Entonces quizá sea tuyo lo perdido que encontré y no se de quien sea. –

Dicen por ahí que la primera impresión es la más importante. Yo creo que no… pero no sabía ¿qué pensaba esa chica? Y en esos momentos, tampoco tenía idea de ¿por qué estaba reaccionado yo así?.
La poca inteligencia que me respaldó en ese momento dictó más palabras que salieron de mi boca:
– Ojalá encuentres lo que perdiste –

No pude evitar soltar una risita ante su respuesta, me ruboricé un poco, no quería que él pensara que me estaba burlando pero en verdad me parecía un chico gracioso.
Se veía algo nervioso y yo seguía pensando que ya lo había visto en algun lugar antes.
– Gracias- le dije mientras miraba el volante
– lo siento pero… ¿qué dice aqui? no quiero ser grosera pero me dulen mucho los ojos, desde ayer no tengo mis lentes y me hacen falta-

Mi cerebro respondió (¡gracias!).
– Oh pues curiosamente el objeto que encontré son unos lentes –

– ¿Encontraste unos lentes?, ¿En una funda lila?, ¿Dónde estan?, ¿Los tienes? – Paré en seco, eran demasiada preguntas en un muy breve lapso de tiempo y no quería asustarlo.

Definitivamente el choque de mi cerebro había sido por algo.
– Pues, yo veo morada la funda… pero sí es posible que sean tus lentes – respondí – y sí, los tengo. Pero no conmigo.
Saqué de mi bolsillo la funda y se la extendí…

De momento lo vi un poco asustado, pero al ver mi funda en sus manos no le di importancia.
– ¡¡Mi funda!! Sí, son mis lentes- hice una pausa- Si tú tienes la funda,¿dónde estan mis lentes?- dije con una mirada acusadora, no pude evitarlo en verdad extrañaba mis lentes.

– Tus lentes, estan siendo reparados – respondí sin estar muy seguro si en realidad debía responder.

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Capítulo Tres.

~ Ilse & Alfred ~

¡Gracias por sus comentarios!

[UAF]Un Accidente Fortuito… [Capítulo 2]

Idea original: Ilse

Desarrollo: Ilse, Alfredo

Edición: Alfredo

Ella: Morado. Él: Verde.

~

No supe si había amanecido ya. La cabeza me dolía y mi garganta estaba reseca. Creo que la «bañada» de ayer me había afectado.
Abrí los ojos: lo primero que ví fue la funda y los lentes rotos. Todo acudió a mi memoria.
Con más nitidez que ayer, evoqué el momento en que una mirada se cruzó con la mia y descubrí que esa mirada llevaba lentes. ¡Ah!, entonces los lentes me habían mirado ya. Pero seguí sin recordar el rostro de esa persona.


Sin saber el porqué, tomé los lentes rotos y los examiné. A excepción de una mica rota y la intersección doblada, estaban en perfecto estado.
Con mis dedos doblé nuevamente la intersección hasta darle una forma parecida a la que debería tener normalmente. Me puse los lentes… me sentaban a la perfección.


Era gracioso el pensar que llevaba puestos unos lentes que menos de 24 horas atrás me habían observado, unos lentes que había encontrado quizá por error, unos lentes que se habían enterrado en mi ¡auch! había olvidado que mi brazo me dolía… y unos lentes que habían provocado mi detención en la biblioteca.


Nunca hubiera imaginado que unos lentes pudieran causar tantos problemas.

Estornudé. Lo primero que vino a mi mente fue mi madre diciéndome la noche anterior: «¡báñate, te va a hacer daño esa mojada!».


¡Cuánta razón tenía! pero yo había preferido irme a dormir directamente.

Abrí la puerta de mi habitación y me asomé por el pasillo, aparéntemente, el baño estaba disponible.
Tomé de encima de mi cama la toalla y sin muchas ganas caminé hacia el baño.
– Ejeleeeeeeeeeeééé lentoooo – dijo una vocecita a mi lado.
Uno de mis sobrinos pasó corriendo, entró al baño y cerró la puerta.
¿Qué hacía ahí mi sobrino?


Puse atención entonces y noté que en el piso de abajo se escuchaban voces. Distinguí la de mi cuñado platicando con mi madre.

¡Ah, tenemos visitas!

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Desperté con más dudas todavía pero hoy no estaba dispuesta a pensar, quería apagar mi cerebro ¿se podrá?.
Salí de mi cuarto; esperando encontrar a mi mamá en el comedor pero justo antes de cruzar la puerta recordé que ella, mi papá y mi hermano habían salido de viaje la tarde anterior; me arrepentí de no acompañarlos, realmente me sentía sola.

Tomé el teléfono para llamar a una amiga, marqué el número e inmediatamente llegó a mis oídos la grabación de su contestadora, ¿debería llamar a alguien más o verlo como una señal?
Realmente opté por ignorar todo, un ruido en mi pancita me decía que debía desayunar ¡ya!.

Fui por un plato para llenarlo con cereal; mientras mi desayuno obtenía la consistencia perfecta fui por el libro, era su última oportunidad antes de ser devuelto.

Mientras desayunaba buscaba en el índice del libro algo relacionado con los sueños, solo encontré cosas como los arquetipos de Jung y los problemas sexuales de Freud, pero nada que yo pudiera relacionar con mis problemas, asi que cerré el libro y me dispuse a continuar con mi día.

Fui a la sala, prendí la tele y cuando me senté para verla solo pude ver manchas… mis lentes… mis lentes… ¡mis lentes!

Listo, ya tenía que hacer, el plan para hoy: ir a la biblioteca a entregar el libro y preguntar si algun alma caritativa había encontrado mis lentes.

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Esperé junto a la puerta del baño por espacio de 15 minutos. No quiero ser indiscreto pero mi sobrino tarareaba «La Patita» de Cri-Crí mientras hacía no-se-qué en el baño. Al fin se abrió la puerta y el pequeñín tomó mi mano y dijo:
– Juguemos videojuegos –
Pensé un momento y le dije: – No, lo siento hoy no puedo-
– Mamááááááááááá, mi tío no me quiereeeeeeeeeeeeeee – gritó el pequeño escuincle.
Vino a mi memoria la imagen de un amigo, el cual alguna vez me platicó sobre su pequeño sobrino obligándolo a jugar videojuegos y privándolo de sus salidas y diversiones.
Escuché pasos y vi que por la escalera aparecía mi hermana.
– Buenos días – dijo ella
– Hola… perdona, no sabía que iban a venir y he hecho planes – le dije
– No te preocupes, estamos de pasada solamente. ¿Te sientes bien? – respondió.
– Sí, solo un poco cansado, quizá me resfríe pero nada importante – dije.


Me miró dubitativa, pero no le dió mayor importancia. Tomó a mi sobrino de la mano y le dijo algo que no alcancé a escuchar mientras cerraba la puerta del baño.

Puse mi toalla encima de la taza de baño y al mirar el espejo me dió un ataque de risa. Mi sobrino había intentado escribir algo con la pasta dental, pero era tan ilegible que lo poco que decifré decía «olatodoz llasecribir eee».


Abrí la llave de la regadera y dejé correr un poco de agua en lo que comenzaba a caer caliente. Nunca me he detenido a pensar el por qué no tolero el agua fría… pero hoy tampoco iba a hacerlo. Me desvestí y observé la herida en mi brazo. En realidad no era nada de que preocuparse, pero parecía que tenía un diminuto fragmento de la mica enterrado. Lo retiré y sentí una punzada que me hizo girar el codo.


El movimiento en falso, provocó que me golpeara el codo en la esquina del toallero. Grité y en menos de 10 segundos mi madre abrió la puerta.


– ¿Estás bien? – dijo ella
– ¡Mamá, por favor, estoy desnudo! – le grité mientras me tapaba rápidamente con la toalla.
– Soy tu madre: Como si no te conociera desde pequeño… ¿estás bien? – preguntó de nuevo.
– Sí, gracias. Solamente me golpee el codo sin querer –
– Ten cuidado. – dijo mientras cerraba la puerta, dando un último vistazo al baño
– Oye, ya no eres un niño pequeño, ¿por qué hiciste eso en el espejo? – añadió
– No he sido yo, ha sido el pequeño demonio que tienes por nieto.
– Él ni siquiera alcanza el espejo – sentenció mi madre cerrando la puerta de una vez.


Era cierto, él no alcanzaba ¿cómo lo había hecho?.


Mi codo sangraba. El vapor del agua caliente comenzaba a llenar el baño, así que entré a la regadera y dejé que el agua hirviendo quemara mi espalda. ¡Vaya! ¡Qué reconfortante era esa sensación!

Dejé que el agua escurriera por mis hombros, llevándose las pocas gotas de sangre de mi codo. Ni siquiera sentí el ardor en la herida. Mis pensamientos regresaron a la biblioteca y a todo mi día anterior. ¿Qué tipo de mirada era esa? ¿Por qué me tenía tan impactado?


Con el agua llegaron más preguntas, y más ideas. Y con la misma claridad del agua, llegó una respuesta: Debía volver a la biblioteca para devolver esos lentes.

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Terminé el cereal y fui a vestirme, ir en pijama a la biblioteca no era una muy buena idea; tomé el primer pantalón que vi y lo combiné con una sudadera; tomé las llaves y salí. Llevaba ya tres cuadras cuando me di cuenta que había olvidado el libro en casa, regresé corriendo por él y continué con el plan.


Pensé en tomar un camino diferente pero me di cuenta que solo sabía llegar caminando, había pasado una hora y yo no llegaba ¿en verdad perdí tanto la noción del tiempo ayer?


Llegué al parque, debía estar cerca, unos minutos más y la biblioteca apareció frente a mi. Al ver la entrada reocrdé al chico que había llamado mi atención, ésa fue la última vez que tuve a mis lentes conmigo, realmente espero que alguien los  haya encontrado y los haya dejado en recepción ¿quién quiere unos lentes con una graduación tan extraña?


No creo que alguien más tenga esa graduación, mis amigos dicen que se marean al ponerselos; en fin.


Entré y fui a la recepción a dejar el libro.

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Terminé de bañarme.

Limpié el espejo y observé mi rostro. Me veía un poco demacrado, eso quizá explicase que mi hermana hubiera preguntado si me sentía bien.

Definitivamente el agua caliente me había sentado de perlas, otra vez tenía ganas de una nueva aventura. Y no es que en mi vida tuviera muchas, pero definitivamente el día anterior había sido una de ellas. Noté que en la tapa del escusado había un par de huellitas de zapato enlodado. ¡Ah! eso inculpaba al pequeño criminal raya espejos… sin embargo me pareció absurdo intentar culparlo después y limpié las pruebas. Solo era un pequeñín divirtiéndose.

Salí del baño, entré a mi cuarto y me vestí. Es ridículo, pero mientras me vestía guardé los lentes en su funda; sentí que me observaban.

Sin pensarlo mucho, cual acto reflejo tomé el teléfono y marqué un número mecánicamente.

-¿Diga? – contestó la voz de un joven.

– Buenos días – dije yo.

– ¡Ah! Eres tú, ¿Cómo estás? – respondió el joven.

– Bien, gracias. Oye disculpa… no quiero sonar grosero, pero necesito un favor urgente. – apunté.

– ¡Claro! ¡Lo que necesites! Tú siempre has sabido que eres un gran amigo  un excelente cliente de la imprenta Fragoletti. –

– ¿Podrías imprimirme unos 15 o 20 volantes que digan: «Encontré lentes en funda morada, llamar a este número»? – pregunté.

– Bah, son poquísimos. ¿Para cuándo? – dijo riendo mi amigo.

– Para dentro de 5 minutos. – contesté con la adrenalina a flor de piel.

– No jodas, ¿es en serio? – dijo ya en tono más serio.

– Sí. Paso por ellos ya mismo, te pago el doble de la tarifa normal si es necesario. –

– ¿Qué traes entre manos? – inquirió.

– Luego te explico. – dije y colgué antes de recibir más preguntas.

Apenas noté que en la pantalla del teléfono aparecía la leyenda «Llamada finalizada» tomé mis llaves, credenciales, teléfono y los lentes. Bajé corriendo las escaleras.

– Adios Má, adios Pá, adios a todos… los veo más tarde. – dije al cruzar la puerta.

– ¿A dónde vas? – gritó mi madre.

Pero ya era demasiado tarde, yo ya corría calle arriba.

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La señorita de recepción me atendió muy rápido, yo recordaba que era bastante ineficiente… me avergoncé de mis recuerdos.
-Señorita, disculpe . –
– ¿Si? – contestó muy fríamente.
– Ayer perdi mis lentes aquí y me gustaría saber si no vino nadie a dejarlos-
– No, no ha venido nadie- dijo un poco molesta y añadió – Ten más cuidado con tus cosas. –
Por un momento imaginé a mi madre diciendo las mismas palabras y acto seguido llegó a mi  mente el regaño que tendría preparado para mi cuando descubriera que había extraviado mis lentes con todo y funda.

Tenía que recuperarlos o inventar una muy buena excusa.


– ¿Vas a hacer algún otro tramite?- preguntó la chica de recepción sacándome con una patada de mis pensamientos.

-No, ya es todo, gracias-

Antes de voltear pude notar como ponía los ojos en blanco, ese gesto que tienen casi todos cuando estan desesperados.


Encendí mi reproductor de música y subí todo el volúmen, no quería pensar en nada más que en la música recorriendo mi cuerpo como si ésta viajara junto con mi sangre.


En cuanto puse un pie fuera del edificio comenzó una de mis canciones favoritas » Si volviera a nacer, si empezara de nuevo» cantaba en voz baja mientras caminaba hacia el parque «A veces te mataría y otras en cambio te quiero comer» continué cantando.


«¿Cómo decirte que me has ganado poquito a poco?, tú que llegaste por casualidad»

He de admitir que a estas alturas de la canción yo ya la gritaba mientras me balanceaba en un columpio, no me importaban las miradas curiosas, yo estaba feliz escuchando esa melodía; cómo me gustaría que alguien la cantara para mi.

Un pequeño se acercó justo al final de la canción y me miro como pidiendo usar el columpio, movida más por mis principios que por mi voluntad, me levanté y fui a caminar alrededor del parque.

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Capítulo Dos.

~ Ilse & Alfred ~

¡Gracias por sus comentarios!

[UAF]Un Accidente Fortuito… [Capítulo 1]

Buenas noches, tenemos listo ya para ustedes el capítulo 1 de «Un Accidente Fortuito…».

Le recuerdo a los suscriptores que leen vía correo electrónico que si quieren realizar un comentario, deberán venir al blog y comentar aquí ya que si intentan contestar el correo que les llega, será rebotado pues es una dirección fantasma «noreply» (no responder) usada solo para que les llegue cada entrada.

Retomando el tema: Agradecemos mucho la respuesta obtenida por todos ustedes, y pues no queda más que decir ¡vamos por más!.

Idea original: Ilse

Desarrollo: Ilse, Alfredo

Edición: Alfredo (ojo, si hay faltas de ortografía es fallo mio porque se supone que revisé antes de publicar XD)

Ella: Morado. Él: Verde.

~

Abrí los ojos. He de reconocer que me quedé dormido. No se ya cuanto tiempo he pasado sentado en esta misma silla; esperando lo mismo. Dijeron que no tardarían mucho, pero la última vez que miré el reloj habían pasado ya 3 horas.

Al menos conservaba mi reloj…

– ¡Tú! «chicoladrón», ven aquí. – dijo la señora del otro lado del mostrador.
Fruncí el seño, no me agradaba que me llamaran «chicoladrón».
– Ya revisamos el sistema, en efecto no tienes antescedentes. – me dijo seria, pero de un instante a otro cambió su semblante por otro muy distinto: una sonrisa.

– Es más, al contrario de lo que pensabamos, eres un gran usuario de la biblioteca, nunca te has atrasado en alguna devolución, nunca has maltratado un libro, inclusive has hecho varias donaciones. Parece que será sencillo creer que esto ha sido un error y tu intención no era sustraer el libro de la biblioteca. –

Sonreí. Creo que después de todo, respetar las reglas después de tantos años me sirvió de algo.
– Toma, te devolvemos tus pertenencias. Dada tu constancia como usuario no crearemos un perfil por el «accidente». Se más cuidadoso. – finalizó ella.

Tomé mi teléfono, mis credenciales y mis llaves. No pude evitar mirar a la señora y decirle «Gracias».

Salí del mostrador, y miré al vigilante de la entrada.

– Lo lamento – le dije. – Fue un error, no volverá a ocurrir.
– Anda, vete ya. – me hacía señas indicándome que saliera.

El fresco aire del atardecer me dió de lleno en el rostro. ¡Qué grato era ser libre nuevamente!. Me pregunto ¿qué sentirán las personas que pasan años encerrados? culpables o no, debe se terrible.

Caminé sobre la acera tratando de recordar el motivo de toda la revuelta.
Me detuve en seco: había dejado la funda con los lentes rotos en la biblioteca.

No supe si regresar por ellos o irme a casa.

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Necesitaba volver a mi casa y no tenía la mínima idea de dónde estaba, había llegando caminando pero realmente no estoy segura de cuánto tiempo había pasado ya.
El cielo comenzó a llenarse de nubes grises, una tormenta estaba cerca y yo no contaba con el efectivo suficiente como para darme el lujo de tomar un taxi.
Tal y como acostumbro empecé a preguntar por alguna calle que conociera o alguna parada de autobus para poder llegar a mi destino; traía un libro que no era mío bajo el brazo y considerando que era mi primer préstamo de la biblioteca no quería que se dañara.
Un vendedor de revistas me dió indicaciones para llegar a la parada de autobuses más cercana, guiada por uno de estos «gurus del camino» pude encontrar la forma de volver a casa; desafortunadamente el camión que yo debía tomar había salido ya y el próximo tardaría al menos 30 minutos en llegar, no se diga en partir.
Me senté junto a una señora que al parecer esperaba el mismo camión que yo, me miró extrañada, supongo que debí verme muy desorientada, jamás había estado es ese lugar. Abrí el libro que traía conmigo y empecé a leer.

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Ya eran bastantes incógnitas en mi día como para dejar un hilo suelto demás.

Volví sobre mis pasos.


El vigilante me miró de reojo cuando entré de nuevo.
– Señorita, disculpe dej… – comenzé a decir.
– Niño despistado, olvidaste tus lentes y tus pañuelos. – se adelantó a decirme.
– En realidad no son mios… – respondí sin pensar.
– ¡Ah! Entonces no te los doy – contestó mientras reía.
Rápidamente busqué una respuesta lo bastante creíble para safarme de mi impulsividad.
– Me refería a los pañuelos desechables… seguramente alguien debió dejarlos en el mostrador – mentí (en realidad sí eran mios).
– Hoy día la gente es tonta, es tonta, pierden todo, son tontos, sí. – dijo una señora mayor que estaba detrás de mí – pero más tonta yo por perder mis pañuelicos – añadió y tomó mi paquete de pañuelos…
Me sorprendió bastante el hecho de que la señora aprovechara el momento para «robar» mis pañuelos, pero no dije nada pues pensándolo un poco: Yo estaba haciendo en cierto modo lo mismo con esos lentes.

Tomé la funda y verifiqué su contenido: Aun estaban ahí dentro.
Le dí las gracias a la señora y miré de soslayo a la otra señora mientras se sonaba la naríz con uno de mis pañuelos.

– Bah… solo son unos pañuelos. – dije para mi.
– Y son desechables – me dijo la señora.
Nunca supe si se estaba burlando de mí o que. Salí nuevamente de la biblioteca y miré al cielo. Estaba oscureciendo.


La probabilidad de que siguieran saliendo los camiones a esa hora era mínima, así que tomé la avenida principal y comencé a caminar.

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Habían pasado ya más de 40 minutos y yo solo había aprendido que el libro que tenía conmigo no me ayudaría a entender por qué esa pesadilla, (aun después de tantos años) continúa persiguiéndome.


El camión arribó, subí a él y tomé asiento, siempre me siento del lado  de la ventana, me gusta ver «la vida» pasar a mi costado, esta vez no fue la excepción.

Vi de todo, niños correr, hojas caer, charcos formandose por la lluvia, parejas caminando de la mano… De pronto vi algo conocido: la puerta de mi casa; me levanté corriendo, creo que golpeé accidentalmete a un pasajero, no me importó, corrí a la puerta del frente (tenía una tremenda fobia a bajar por la parte trasera del camión), dije «gracias» al chofer, bajé y entré a mi casa.

Prendí la luz de la sala, y fui a secar lo poco que la lluvia había dejado sobre mi; decidí tomar un baño para después ir a la cama, lo cierto es que ni siquiera había oscurecido pero fue un día algo extraño y no quería otro «accidente».

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450, 451, 452… 45? ¡Plas!.

Me perdí en el número de pasos. Cuando mi mente divaga en todo y nada en específico, comienzo a contar el número de pasos que me toma llegar a mi destino. En esta ocasión, mi cuenta se vió interrumpida al pisar accidentalmente un charco. Había charcos en las calles ¿acaso había llovido?. Miré detalladamente para confirmar mi pensamiento. En efecto, todo estaba mojado menos yo. Al parecer durante mi pequeña siesta en la biblioteca había llovido.

Me gusta la lluvia, pero en esta ocasión me sentía contento de no haber estado bajo ella.


Retomé mi caminar, orgulloso de no estar mojado. Pero el gusto me duró poco. Al dar vuelta en la esquina, un automóvil pasó muy rápido y me salpicó todo. Lo primero que pasó por mi mente fue una maldición tamaño continental… que no pude decir por tener la boca llena de agua.

Hecho sopa (como dirían mi madre y mi abuela) seguí caminando. La gente reía al mirarme. Lo único que no me habría perdonado en ese momento es traer conmigo un libro y que se hubiera mojado. Afortunadamente en esta ocasión no traía uno conmigo.


Metí mis manos a los bolsillos de mi pantalón. De un lado encontré mis llaves, del otro la funda de los lentes. Comenzé a juguetear un poco con las llaves pero me aburrí pronto.

Recordé que cerca de mi casa se encontraba una óptica. Por un momento, pasó por mi cabeza la idea de llevar a reparar los lentes. Era lo menos que podía hacer… pero ¿valdría acaso la pena? ¿su dueño acaso los recuperaría reparados? o solamente ¿gastaría mi dinero sin sentido?.

Nuevamente decidí dejar esa respuesta para después y continué mi camino a casa.


– ¿Qué te pasó? – me preguntó una vecina que estaba barriendo agua fuera de su patio.
– Se incendió mi ropa y los bomberos me hicieron el favor de apagarla – le contesté sarcásticamente.
– Madre santa mijo, seguramente te la encendiste con un cigarro, ¡ay ay! estos jóvenes adictos de hoy día – dijo ella.


– Yo no fumo. – respondí de mala gana y abrí la puerta de mi casa.

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Sali del baño, me puse la pijama, tomé el libro que estaba en la mesita de la sala y fui a recostarme; aún tenía la esperanza de encontrar la respuesta a las interrogantes que me atormentaban por la noche.
No hicieron falta más de 15 minutos de lectura para verme completamente sola e insegura en ese pasillo sin fin, abriendo  una puerta más que, como siempre, me llevaba a una habitación vacía, sin luz, sin sonidos, incluso parecía que el aire faltaba ahi… no podía respirar.

Salí de aquella habitación solo para volver a ese enorme pasillo… ¿Algún día cambiará?

Estoy segura que solo ahi puedo sentirme tan vulnerable, tan pequeña, tan indefensa, tan… tan… tan perdida.

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Capítulo Uno.

~ Ilse & Alfred ~

¡Gracias por sus comentarios!