6 meses… 6 meses han pasado exactamente desde el último capítulo de esta historia.
No tengo palabras en estos momentos para hacer dedicatorias bonitas o elaboradas.
Lo único que quiero decir, es que esta entrada va dedicada con el más grande de los sentimientos a la persona que algún día me dijo «Cuando empecé a leerte, escribías la historia del escritor. Me gustó mucho, me atrapó… me enamoré de la forma en que escribías, que escribes. Me atrapaste y espero ansiosa la próxima vez que pueda leer algo que escribas tú»
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[El Escritor: La historia de un tejedor de sueños.]
Capítulo 8: Y las estrellas sólo brillan para ti.
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Salí de la oficina como cada día, caminé hacia la parada del camión que me acercaría a casa. Caminé sin preocupaciones en la mente, aunque sabía que esa era la última vez que repetía esa rutina, la última vez que salía de esa oficina.
El frío que azota la ciudad es indescriptible. No sé decir a ciencia cierta si ha hecho más frío en las noches, o por las mañanas. El Sol, apenas aparece en la tarde, como queriendo decir «Hola, yo también tengo frío y no he querido salir a brindarles un poco de calor, pero sigo aquí.»
Es tarde ya, la obscuridad, cubriendo cada rincón posible, hace el trabajo que le corresponde, como cada noche. Y como cada noche, volteo al cielo, esperando que un día las estrellas escuchen mis plegarias, ¿cuántas veces no he escuchado que al mirar una estrella fugaz se debe pedir un deseo? He pedido miles de deseos, pero las estrellas no me escuchan.
El sistema meteorológico internacional informa que esta noche habrá una lluvia de estrellas. En miles de lugares del planeta, se podrá observar el fenómeno sin problemas… claro, ignorando la polución y tráfico aéreo de cada ciudad.
En medio de mis pensamientos, la necesidad de mirar ese evento me satura. Nunca me ha llamado la atención asomarme a mirar este tipo de cosas, pero hoy, hoy es diferente. Hoy siento una imperiosa necesidad de estar ahí.
¿Qué puedo perder?, es la pregunta que ronda en mi cabeza mientras me dirijo a la tienda a comprar un paquete de panecillos.
Una vez en casa, junto un par de cobijas y coloco la escalera de madera justo encima del balcón que asoma tras mi ventana. Subo con cuidado y barro el polvo que alcanzo a ver. Me tumbo recargado en la pared que protege el pequeño trozo de azotea que corresponde a mi departamento y observo al cielo, esperando a las estrellas.
De un momento a otro, me quedo dormido y comienzo a soñar. Nuevamente, ese sueño acude a mi… el sueño en el que todo es diferente y la vida me muestra trazos de todo lo que dejé ir por tomar decisiones distintas. No me arrepiento del camino que he tomado, sin embargo, el poder mirar las alternativas de mi vida resulta tentador. El mismo sueño en que alguien aparece en mi vida, alguien con la capacidad de hacer mis sueños realidad. El mismo sueño en que nada tiene sentido, excepto el que yo quiero darle…
Unos gritos en la azotea vecina me arrancan de los brazos de Morfeo.
– ¡Tú lo dijiste!, ¡Que estarías ahí para cuando las estrellas bajaran para mi! –
Parpadeo un poco, desconcertado giro la cabeza buscando el lugar de donde provienen esas palabras.
– ¡Embustero!, ¡Patrañas! –
Sin moverme de mi lugar, alcanzo a divisar en la casa contigua a una joven sosteniendo algo en su mano, mientras vocifera una cadena de maldiciones.
– ¿Dónde estás ahora?, ¿No ves que las estrellas caen del cielo?, ¿No entiendes que son todas ¡mías!? –
Un acto reflejo me hace levantarme de ahí y correr hacia ella. Todo sucede en un instante: ella da un paso hacia adelante, justo donde el vacío comienza, tropieza y yo alcanzo a llegar justo en el momento debido. Haciendo acopio de todas mis fuerzas, la detengo evitando que caiga a un accidente fatídico. Jalo como puedo sus ropas hasta que puedo tomar sus brazos.
– ¿Estás bien? – le pregunto.
– ¿Tú quién eres? – me pregunta asustada – ¿Qué demonios haces en mi azotea? –
– Yo, soy tu vecino… estaba tumbado mirando el cielo cuando te vi tropezar – respondo.
Ella abre la boca como queriendo objetar, pero en lugar de eso se sonroja mientras me mira fijamente.
– Gra… gracias – dice ella.
– No es nada. – contesto.
A mi mente acude una cantidad de preguntas, ¿qué hacía ella ahí?, ¿por qué trae consigo una botella de vino?, ¿qué significan todas las cosas que estaba diciendo hace unos segundos? Sin embargo, nada de eso me incumbe y me aseguro de que quede sana y salva en su azotea.
– Bien, ya estás segura. – le digo mientras regreso a mi azotea.
Pasa un rato y yo continúo observando el cielo. Las estrellas brillan más que de costumbre y de vez en cuanto, se puede apreciar alguna de ellas surcar el cielo velozmente. Sigo sin entender la razón que me motivó a subir a la azotea… pero ahí estoy. Es entonces, cuando el encanto silencioso de la noche se rompe.
– ¿Qué haces aquí? – pregunta quien hubiese sido rescatada unos minutos antes.
– No sé, mirando nada más. – contesto sin muchas ganas – ¿tú?, ¿pensabas suicidarte? –
– Nno… es sólo que… – intenta decir mientras mira fijamente su botella – ¿quieres un poco de vino? es mucho para mi
La invitación me parece un tanto extraña, pero también me parece grosero el no aceptar.
– ¿Vienes o voy? – le pregunto, tanteando sus ánimos.
– ¿No eres un caballero? – responde
La observo un momento, me levanto y tomo las cobijas. Los panecitos (que ya había olvidado) resbalan de las cobijas, la mitad caen a la calle y el resto son atrapados por la joven.
– ¿Te gusta desperdiciar la comida?, ¿Eh? – dice ella en tono burlón.
– Y a ti te gusta jugar con la vida, ¿correcto? – respondo con una sonrisa.
Le doy una de las cobijas y me acomodo a su lado mientras ella sirve un generoso par de copas de vino. ¿De dónde salieron las copas?
Sin darle mucha importancia a mi última duda, dejo que el aire fluya al rededor de nosotros.
– ¿Vives aquí? – me pregunta ella.
– Sí –
– ¿A qué te dedicas? –
– A nada. – dije
– ¿No tienes trabajo? – cuestionó
– No, ya no –
– ¿Ya no? Eso quiere decir que tenías. – dijo
– Sí, tenía. Pero hoy renuncié. – contesté al fin sin muchas ganas.
– ¿Por qué? – inquirió curiosa.
– No sé, todavía no me he dado tiempo para preguntarme la razón. Aunque creo que quiero un cambio en mi vida, y en mi antiguo trabajo iba a estancarme, quiero hacer algo más. –
Mis últimas palabras las dije sin meditarlas, como si una parte de mi quisiese revelarme información que conscientemente aún no había logrado procesar.
– Ya veo. Yo soy profesora de lenguas muertas. – comentó ella
– Interesante, yo siempre quise aprender latín, pero nunca hice nada por lograrlo. –
– Yo podría enseñarte –
– Claro, suena bien. –
La miré, por primera vez la miré directamente. Era una chica bastante bonita. No había reparado en que llevaba lentes y el cabello recogido debajo de un gracioso gorro de colores, tejido. Ella me devolvió la mirada y preguntó:
– ¿Sabes qué hago aquí? –
– No –
– ¿Te gustaría saber? –
– Sólo si tú deseas compartirme tus motivos. –
Sonrió y comenzó a platicarme sus razones.
– Hace algún tiempo, yo estuve enamorada. Él me prometió tantas cosas, él pintó un futuro para los dos. Él, como todos, prometió que me bajaría la Luna, que todas las estrellas bajarían para mi… y que él estaría a mi lado cuando eso sucediese… – un par de lágrimas escurrieron por sus mejillas, las limpió y continuó – sin embargo, fue más el daño que me hizo, fueron más las veces en que peleábamos, las veces en que no estábamos de acuerdo… pudo más él y sus caprichos, más que nuestros sentimientos. Tardé mucho en darme cuenta, pero al final fui capaz de hacerle frente y ver por mi. –
Frente a nosotros, una estrella brillante recorrió el cielo. La luminosidad y tamaño de la misma fue impresionante. Nunca antes había visto una estrella… digamos, no tan cerca… porque eso pareció, que la estrella estaba cerca de nosotros.
– No sé qué decirte, tu historia es triste. Sin embargo, creo que más que triste, debes estar orgullosa por haber tenido la fortuna de darte cuenta de las cosas a tiempo, de ver por ti y de quererte, de cuidarte, eso es lo más valioso que tienes en esta vida: a ti misma. –
Ella me miró y dijo:
– Gracias, creí que todos los hombres pensaban igual. Pero no, al menos tu forma de pensar y de decir las cosas, me transmite seguridad y una calidez que me hace ver las cosas de otra forma. –
– No hace falta que des las gracias, tan sólo te transmito lo que pienso. Sin embargo, es posible que muchos hombres pensemos así, no sólo yo. Así como no todos los hombres somos iguales, creo que tampoco todas las mujeres. Has de saber que muchos de nosotros alguna vez pensamos que también, todas las mujeres son iguales. Porque ustedes también son hábiles lastimando personas, chantajeando, manipulando y buscando objetivos sin importar a quién dañen en el camino. Sin embargo, estoy seguro que hay muchas más mujeres con buenos sentimientos. –
– Estás inventándote eso, ¿no?, seguramente el vino te hace alucinar – preguntó riendo.
– Ojalá fuera el vino, pero no lo es. Yo sólo tengo claro que cada persona es importante, y que siempre habrá alguien importante para nosotros. Pero no tenemos que buscar a esa persona, sino que esa persona llegará algún día… el día menos esperado, quizá a través de algún amigo, de algún compañero de trabajo, de la escuela, en la calle… pero llegará. –
– Bonitas palabras, ojalá las estrellas te escuchen – dijo ella
– Las estrellas dejaron de escucharme hace muchos años, desde el momento en que vi subir al cielo a una de ellas. –
– ¿Perdiste a alguien querido? –
– He perdido a muchas personas queridas a través de mi vida –
– Sí, eso es normal, pero la referencia que haces de la estrella… me parece un tanto… curiosa. –
– Puede ser… – dije, recordando algunas cosas.
– Estoy segura que las estrellas te escuchan, pero tal como acabas de decirlo: Todavía no es tu momento. Tus deseos llegarán a su tiempo, todavía no estás listo. –
Medité sus palabras y me di cuenta que tenía razón totalmente. Asentí y continué mirando el cielo, cada estrella que pasaba me recordaba a una persona importante en mi vida. Sin embargo, las estrellas eran pocas, y las personas muchas.
Cerré los ojos. Cuando volví a abrirlos, el Sol bañaba mi cara. Una de las cobijas me envolvía y la otra estaba perfectamente doblada a mi lado. No quedaba rastro de los panecillos o de la botella de vino, tampoco de la chica que compartió una noche conmigo. Lo único que pudo demostrarme que aquel encuentro había sido real, fue la nota que encontré cuidadosamente colocada en mi bolsillo.
«Gracias por darle valor a mi vida y salvarla, gracias por compartir unas sencillas palabras que me dieron un nuevo enfoque.
Espero que pueda seguir sus sueños ahora que no está atado a cuestiones laborales.
Gracias vecino.
Su amiga: A.E.
PD: Espero algún día podamos encontrarnos nuevamente, estoy segura que usted podrá aprender a hablar, leer y escribir latín.»
Bajé a mi balcón, preguntándome ¿qué haría ahora que había renunciado a mi trabajo? Pero la respuesta era obvia: Debía seguir mis sentimientos, mis sueños: Y en las estrellas estaba la respuesta.
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~ Alfred ~